Preguntáronle al amigo qué cosa era
bienaventuranza, y respondió: malandanza
sostenida por amor».
Raimundo Lulio.
(Del amigo y del amado)
1. Se abre la suelta flor de mi alegría,
se abre con su aventura;
es la más fina posesión del día,
su encendida locura;
se abre… porque de nieblas del invierno
y sellado letargo
llega el amor -el jubiloso eterno-
con este deslumbrante beso largo…
Maduro está el rosal en sus ardores,
madura la corona de la espiga,
beben un aire azul los labradores
y descansa la hormiga;
escogidas distancias
celebran golondrinas forasteras,
y cálidas fragancias
dan a mi pecho todas las praderas.
Ni mayo con sus leves mariposas
ni junio con sus grillos
tienen -como este agosto de mis rosas-
tan hondos amarillos;
ya viene el corazón de la arboleda,
ya viene… palpitante,
trayendo paraísos de reseda
y el tímido candor del agua errante.
Sobre apretada hostilidad de abrojos
el salto de la cierva;
perdidos en olor de lirios rojos
tres duendes de la yerba;
el huésped de la luz regocijado
bajo el día sonoro
descubre en mi cintura, en mi costado,
el revivir de sus abejas de oro.
Vestido de sus limpios elementos,
prometiendo su alianza
mostrándonos el nudo de los vientos
y el duradero mar de la esperanza;
seguro… porque cumple su promesa;
por su pasión alada;
dentro de su dominio resplandece
hasta la oscura zarza desgarrada.
Despierta las semillas en reposo
y canta dondequiera;
estableciendo el tránsito amoroso
proclama la mañana pajarera.
Estoy en el incendio florecido
-salamandra en su llama-
y me entrego al amor incomprendido,
porque sé que me ama…
* * *
2. He descubierto tierras extasiadas
en este amor, tan vivo…
Tengo suaves alcores y majadas
y el follaje impulsivo.
¿En dónde las orillas amorosas?
¿En qué huerto el espliego?
Un fino sur de palmas orgullosas
me da su verde fuego.
Se enciende la torcaz como una brasa;
se encienden los espinos;
hay un silencio que volando pasa,
con nombre de caminos;
isla de mis abejas, claro monte
de aroma duradero;
llamada de horizonte y horizonte,
desde el amor primero.
El río de los sueños, la blancura
del alba desenvuelta…
Aprendo los colores de espesura
y doy por dulces bosques media vuelta.
La tierra de mi luz y de mi sombra
inventa sus riberas
y con alados tréboles alfombra
azules cordilleras.
¡Qué baile infatigable el de las rosas!
¡Qué gajo tan desnudo!
El aire de las hojas rumorosas
lleva y devuelve su violín agudo.
Residencia del nardo, flor candente
en su propio latido:
la tierra de tu pecho y de mi frente
es doble semillero florecido.
Voy con esta alegría desatada
del naranjo a la higuera.
¿Quién me llama la bienenamorada
y quién, la colmenera?
Montaña indagadora nos recuerda
que el mar es su vecino,
para que no se esconda ni se pierda
el vislumbre marino.
Ya sube el gavilán como saeta
a la más libre altura;
ya entrega soledades la violeta
en su verde atadura,
comarca del encuentro, mediodía
de trémulos parajes:
mi cuerpo… mi camino… la osadía
de entrar en el temblor de tus ramajes.
* * *
3. Nace el amor en tallos de la muerte
como flor presurosa;
nunca el amante corazón advierte
espadas del jardín sobre la rosa;
nace el amor… y apenas resplandece
quiebra su rojo vuelo.
¿A qué extraños mandatos obedece
por el aire y el suelo?
Nace el amor… y aquí su llama ardida
no deja casi nada;
lo que era ayer el centro de mi vida
se vuelve ciudadela abandonada.
¿Apaga el corazón los finos verdes
que este cielo derrama?
¿Diré que oscuramente tú los pierdes
por el musgo y la grama?
Vengo del fuego dulce, de la inmensa
claridad recibida;
soy la que nada sabe… la indefensa
criatura agradecida.
¿En dónde se refugian los panales
con sus líquidas flores?
¿En dónde el higueral, los manantiales
y mis siete colores?
Miro el día deshecho entre mis brazos;
recojo la ceniza;
guardo el eco dolido de unos pasos,
que ya no van de prisa;
si he de alcanzar las dulces amapolas
y el camino vehemente
tengo que desgarrar mis manos solas
y hasta olvidar mi frente.
Abro la noche… siento cómo vive
encerrada en su hielo;
su dilatada entraña me recibe
con algo de recelo;
descienden las raíces hasta el fondo
del jardín sumergido
y un ciego palpitar, que casi escondo,
es mi día perdido.
¡Ah, frágil regocijo de blancura!…
¡Ah, mi amor volandero!…
¿En qué nuevo dominio la clausura
de aquel verano entero?
Aunque soy del amor, ya no persigo
su cítara o su espada,
y estoy en mi pregunta, en mi castigo,
como muerte olvidada.
* * *
4. Quiero decir -amor- aquel encuentro
y su dulzura breve:
el girasol con una abeja dentro
del amarillo, que a girar se atreve;
cálido el musgo, la hojarasca en llamas
y el abrazo tan ciego,
que hasta el humilde olor de las retamas
volaba ardiendo, como puro fuego.
Una paloma -fina gemidora-
en su orilla de espera.
¿Canta el granado?…¿Palpitando llora
ausente datilera?…
Enamorados ríos
van por mi frente, con su dulce peso,
y endulzados rocíos
dan a la rosa su color espeso.
Nuestra amistad humana
en la casa de arrimos y de antojos;
yedra madura, siempre en la ventana,
y pardas golondrinas en mis ojos;
el amor y su muerte
por el ángel del beso conducidos,
y el beso que convierte
en verano frutal nuestros sentidos.
Un verano cautivo
descubro por camino de rumores;
lo encuentro, rojo y vivo,
detrás de un palpitar de ruiseñores;
espacio de añoranza,
pulsación de radiante mediodía
son mi césped de ayer -en lontananza-
repitiendo sus valles todavía.
Visitante que dejas
este rumbo tenaz, de pensamiento;
tañedor que en la música te alejas
y vuelves con tus arpas, como el viento;
la casa te reclama
en sombra iluminada y en neblina,
y antigua flor proclama
el bosque amigo y tu especial colina.
¿Por qué sien, por qué vena
debes volver -amor- a tu posada?
¿En qué oscura azucena
he de salvar mi abeja lacerada?
Decid, decid cantando
el prado, el río, el colmenar sin dueño,
y sabed que demando
un amor vivo en este amor de sueño.
* * *
5. Era la esbelta casa de mi sueño,
viva al fin en su todo…
Horizontes de amor en lo pequeño
encontraban refugio y acomodo.
Era un nombre, tan mío,
siempre en llamadas de la voz urgente,
y eran las dulces yerbas del estío
con su tarde madura y floreciente.
Dueño de mi secreto
invade mi alegría y la apresura:
humano amigo del amor completo
uvas gustando, de la viña pura;
casi al azar… en sombras de pradera
donde afinan antenas las gramillas,
esperaba, transido por la espera,
entre aroma de salvias amarillas.
Adentro de la casa
un quiero estar allí… porque así quiero;
pájaro-corazón que el pecho abrasa,
¡pájaro eternamente aventurero!
De noche -la guardiana-
congregaba abandonos y fatigas,
y luego, en la mañana,
abría en cada voz luces amigas.
Otras veces la casa levantada
hasta el cielo absoluto:
muros de luna y sol, alta posada
de un siglo en un minuto;
país del soplo errante, voladora
heredad del halcón y de la flecha…
Iba la casa a repetida aurora,
sin ser jamás para la aurora estrecha.
En derredor la gente nada sabía de la casa en vuelo;
sus alas libres, su estructura ardiente
eran el palpitar de nuestro cielo;
espacio trascendido,
mínimo ardor en suelta llamarada:
el vuelo de la casa sostenido
por el labio feliz o la mirada.
¡Casa de mi alegría,
ahora en lo angustioso de la espera!
Color de sus ramajes… ¿quién podría
hallar la rebosante enredadera?
Dime, casa cerrada:
¿por qué crecieron sales en tus muros?
¿por qué la enamorada
perdió tu llave en dédalos oscuros?
No acabo de llorar la puerta herida
y la casa borrada del paisaje;
su alero familiar y su medida
son y serán mi sombra de hospedaje.
Vocación de soñarla
me hace sentir su orilla de corolas,
y a fuerza de vivirla y de buscarla
en mundos de otras casas vivo a solas.
Tal vez regrese un día -casalumbre-
al sitio enmudecido y receloso;
tal vez tengas al fin la certidumbre
de que te guardo en llanto poderoso;
salvada en pensamiento
persigo en ti lo que en mudez escondes,
y estoy como la lluvia, como el viento,
llamando… para ver si me respondes.
* * *
6. Amor, dardo escondido
que hieres el silencio y lo entristeces;
ausencia del perdido,
creciendo como creces
lloras su helado nombre cien mil veces.
Me has dejado muriendo
de muerte lenta, que por lenta es muda;
tus señales no entiendo
ni el corazón me ayuda:
¡aprendo sin gemir muerte desnuda!
La noche del suspiro
duele por dentro en sal desesperada;
la sombra que respiro
como noche salada,
es mi propia tiniebla apasionada.
Para nombrarte quiero
playa ceñida de aventadas olas;
el paraje severo
sin flor de caracolas:
¡isla de estar y de llorar a solas!
El adiós sollozante
ofrece todavía su amargura;
por tuyo y por amante
es viva quemadura:
el filo de una llama que perdura.
¿Enseñaré al olvido
a borrar los secretos de tu fuego?
¿Permitiré al caído
amor, doliente y ciego,
a esconder en mi voz el dulce ruego?
Si era tuya la rosa,
y mío el verde-azul de los laureles;
si la luna amorosa
tuvo ardientes lebreles,
¿por qué esta soledad en noches fieles?
Ya es la tarde de octubre;
ya el árbol inclinado casi reza;
ya la vida descubre
su lección de tristeza
y el río amargo donde el llanto empieza.
Alondra confidente
recoge en sus ardores mi reclamo
y te ofrece el ardiente
lucero que derramo:
el mundo de la noche en que te llamo.
Llevándote mis sienes
y el rumor de una oculta marejada,
en sombra que mantienes
hunde rosa quemada
y es flauta limpia en limpia madrugada.
Para el tiempo que viene
promete el corazón del verde grano,
el eco que sostiene
memorias de un verano
y estas liras pulsantes en mi mano.