Prólogo (El libro de Lilit) de Guadalupe Grande

Estas ruinas que una vez fueron carne y voz
están hoy abandonadas a nuestro cuidado
somos los responsables de su eternidad

Después de cocinar el adobe
llegó la alegría de los muros
y el aliento de las ventanas

caía la tarde
como por la cuchara resbala la miel
atardecía despacio
dándonos tiempo para entender la noche
descendían las horas
en la desnudez del aire
el viento aromaba las sombras
caída la tarde

el miedo no tenía nombre