Vengo desde tus labios a mi presencia pura.
Inescrutable viaje subterráneo
al abismo del rostro sin edades.
Recóndito universo palpitante y cerrado,
perdido en el secreto de la tierra desnuda,
constelado de símbolos nocturnos,
de tactos germinales.
Retorno a mi figura,
como al contorno hueco de un ahogado en sí mismo
que avanza lentamente hacia la superficie
renaciendo en la muerte de otra vida,
emergiendo en el llanto del nuevo nacimiento.
Recobrando su espacio solitario.
Este sol de ceniza me lastima los ojos.
He caído en un río de claridad creciente,
ciega y atropellada entre vidrios cortados.
Miel en escombro, consumida sombra,
rosas diluidas en oscura lava.
¡Ay, el espejo, lámpara de peces!
¿Quién desató la voz de la ventana?
Por todas estas muertes que estoy hecha,
muerte a muerte la vida se me escapa.
Pero aquí, la intemperie de mi propio cadáver,
en mis sienes de musgo,
en mi brazo de ausencias,
en mi canto de humo,
en mi cuerpo vacío de cuchillos y llamas,
veo cómo despiertan las corolas del aire,
cómo encienden los átomos su eslabón infinito.
en el sueño de todos, en el beso de nadie.
Escucho la cadena transparente
de la arena que danza,
los invisibles élitros azules
en la fidelidad de la distancia.
Aro de luz, desértica pupila:
circúndame en tu música de piedra,
desata la inicial, diáfana espada.
Tener tu dimensión, crecer en ella,
amar contigo la verdad terrena,
combatir con el rayo de tus armas.
Asísteme ¡magnolia de armonía!
dame tu exactitud y tu tersura,
enséñame tu idioma y su eficacia.
La soledad, los mágicos dominios.
Anunciación y flor amanecida,
de silencio a silencio: …¡La Palabra!