La alameda

En los veranos rojos, cuando a los mediodías
desata los bozales de sus perros el sol,
¿quién no gozó tu abrigo, quién ignoró las pías
frescuras que derrama tu inmenso parasol?

¿Quién, en el sueño rosa del minuto romántico,
no, tembloroso y pálido, se detuvo al pasar
bajo tu fronda amiga, para esparcir el cántico
del beso en el propicio sortilegio lunar?

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Nocturno

Seda oscura sobre tus piernas,
qué paradójico ataúd;
veo surgir de hondas cisternas
los mástiles de la inquietud.

Rueda en el lánguido sulfato
de sus miradas de candor,
el puñal del asesinato
entre los juegos del amor.

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Venus suspensa

Tu presencia en mi sombra se divulga
como el vuelo de un pájaro escarlata
con el que un pardo atardecer comulga.

Y tu alegría matinal desata
un sonoro esplendor sobre mi vida;
es una esquila de cristal y plata

que, en silencio de muerte sacudida,
me lleva del pavor del Viernes Santo
al júbilo de la Pascua florida.

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