La soledad, el miedo y el silencio
viven en esta casa respetada,
principal y feliz en otro tiempo.
Familia virtuosa en ejercicio
de ejemplares conductas, concibieron
cinco hermosos varones que vivieron
dentro de la moral más absoluta.
Nada queda de aquello; desolados
corredores y vacíos salones
con historias de prisas y de llantos,
tiempo sucio en lámparas cegadas
por el polvo de una lluvia mortaja,
un agrio olor a crisantemo barro
mal cocido en el jardín del sexo
y el dragón del deseo destruyendo
la clausura de plata del silencio.
Queda sólo la mancha de unos dedos
en el visillo, como una mariposa
disecada que al contacto del aire
se deshace, y en el vidrio el reflejo,
la huella de unos ojos que furtivos
miraban bellos cuerpos oferentes,
convidando al carpe diem de la vida.
Hubiera dado algo por ser fuerte
y marcharse con ellos a otras tierras
donde morir y no pasar el tiempo
en aquellas paredes que le ahogaban.