A veces era domingo
y llovía.
A veces oscurecía de repente
y las casas encendían sus luces
al fondo de la noche.
En una de aquellas luces
yo te imaginaba;
imaginaba tu habitación
llena de peluches,
tus juegos de cartas con olores,
te imaginaba tendida sobre tu cama
escribiéndome cartas de amor,
dibujando corazones rosados
que contenían mi nombre,
y como la imaginación es perversa
y no sabe de derrotas,
te imaginaba a ti
imaginándome a mí
del mismo modo.
A veces era domingo
y llovía.
Por las noches emitían
un programa de radio
de canciones dedicadas;
Música y Estrellas.
Al principio de cada canción,
la locutora leía
las dedicatorias.
Nunca escuché mi nombre.
Y aún así, programa tras programa,
derrota tras derrota,
yo te imaginaba
escribiendo apasionadas cartas de amor
que contenían mi nombre,
y albergaba la esperanza
de que algún día
la locutora
las leyera.
A veces era domingo
y llovía.
A veces el desánimo me hundía
en la más oscura certeza.
Entonces,
miraba desde mi ventana
las luces encendidas que brillaban
al fondo de la noche,
y te imaginaba en tu habitación
llena de peluches,
escribiendo apasionadas cartas de amor
que contenían mi nombre,
y como la imaginación es perversa
y no sabe de años y de derrotas
aún me imagino a mí
imaginándote a ti
del mismo modo.