Reflejos de Francisco Nájera

A solas y ya en mi habitación lo recuerdo.

Lo veo a mi lado nuevamente, la sonrisa cálida

y dulce la mirada. Recuerdo el olor a tabaco

que escapa de su boca

y sonrío.

Cómo quisiera poder, al extender los brazos, tomar-

le la cintura, sentir el calor de su cuerpo contra el mío,

sentir sus mejillas,

en las que la barba apenas si es promesa,

contra mi boca ardiente de caricias:

sentirle palpitar entre mis brazos cuando,

muy suavemente,

le susurro en el oído mi ternura y mi deseo.

Pero esta soledad de ahora es tan exacta

como la imagen que de él evoca la memoria,

y en ella el recuerdo de su cuerpo se repite,

eco de esa voz que ahora se me escapa para siempre…

Y he de esconder entonces las manos para evitar

que se quiebren cual palomas angustiadas,

y me he de morder los labios para ahogar el gemido

que al escapar me desgarra la garganta,

y en el vacío de esta habitación a solas

sólo puedo dejarme caer sobre la cama,

vacía ahora,

mientras la memoria se desnuda más y más de su recuerdo

hasta quedar únicamente este dolor que me atravieza con su rabia

y con su angustia,

con su temor,

con su impotencia.