La naranja es el día o la mejilla fresca,
sorbo de claridad, copa del clima;
la pera ahonda sus heridas de agua
con memoria de témpano y agujas de delicia
y los melocotones
acumulan su rubio material de alegría.
La manzana sobrina, fragante del corozo,
a morir se resiste en vano entre los dientes.
Sus congeladas lágrimas
muestran las uvas de mirada verde.
Cascabeles de azúcar,
repican sin rumor los mirabeles.
Todo el sol en redomas encerrado,
todo el aire en volúmenes vertido,
toda el agua y la tierra en vegetales moldes,
penetran en mi interno laberinto
y un mundo elemental se disuelve en mi sangre
que acarrea despojos de ciclo como un río.
Y apresura su viaje a bocanadas
por sus ínfimas redes
entre una geografía palpitante
de músculos y nervios, sin nunca detenerse,
cambiando en luz orgánica y en azúcar de gozo
los gestos de las cosas y el esplendor terrestre.