Me quedé muda, en mi delirio;
mi corazón latía convulso;
y el batir loco de mi pulso
era en mis senos un martirio,
vivo rubor en mis mejillas.
Gemía «no, no», al resistir.
No pudieron lograr el beso
sus labios, ni su amor obseso
franqueó con rudo insistir
la barrera de mis rodillas.
Perdón, después, él me ha pedido.
Besó mis cabellos; su aliento
quemaba mi rostro encendido.
Y luego partió… Sólo el viento
suaviza mi aflicción acerba.
Vacío contemplo el sendero.
La selva, sin vida, desierta;
la hollada pradera está yerta…
Y en sangre mis puños lacero
y ahogo mi llanto en la hierba.
Versión de Enrique Uribe White