Bilitis

De lana viste la vecina ruda;
hay mujeres que lucen sedas, oro;
otras, con hojas cubren su decoro;
otra, las flores con primor anuda.

Yo no quiero vivir sino desnuda.
T ámame, amante, como voy. Adoro
de joyas y damascos el tesoro,
mas, no a Bilitis una gasa escuda.

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Canción

Cuando lo vi, al regreso,
el rostro entre las manos oculté.
Él me dijo: «No temas, nuestro beso
¿quién, quién lo pudo ver?»

«Nos vio la noche» -díjele- «y la luna;
nos vio el alba, de fijo;
las estrellas, también.

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El apogeo

Psiqué, hermana mía, escucha inmóvil, y tiembla.
La dicha llega, nos toca y nos habla de rodillas.
Estrechémonos las manos. Sé grave. Escucha aún… Nadie
es más feliz esta noche, más divino que nosotros.

Una ternura inmensa atrae entre las sombras
nuestros ojos semi-cerrados.

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El árbol

A un árbol, desnuda, subí cierta vez:
la lisa corteza mis muslos asían,
en húmedo musgo fincaba los pies.
Tan alto que, apenas, las hojas mojadas
del sol me cubrían
con sombra discreta,
me puse a horcajadas
en cómoda horqueta
y balanceaba feliz, al desgaire,
los pies en el aire.

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El bucoliasta

Entre los dedos ágiles la flauta estremecida
como femíneo talle, dócil a la ternura,
un enjambre de arpegios cautivos apresura
a hermanar del rebaño con la voz dolorida.

Al tañedor infante que a la canción convida
responde sólo el eco de la yerma llanura;
los dioses nunca amaron la pastoril ventura
que arrullan las cigarras en la noche transida.

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El deseo

Ella entró, y apasionadamente, los ojos
cerrados, unió sus labios a los míos y
nuestras lenguas se conocieron… Nunca hubo
en mi vida un beso como aquél.

Ella estaba de pie contra mí, toda amorosa
y complaciente. Una de mis rodillas, poco
a poco, se colocó entre sus muslos cálidos,
que cedieron como para un amante.

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El viejo y las ninfas

Un viejo solitario habita la montaña.
Hace muchos inviernos se cerraron sus ojos
por mirar a las ninfas -peligrosos antojos-.
Desde entonces el recuerdo de tal visión lo baña.

Vive de ese recuerdo. -Sí, las ví, me contesta.
Helopsikria y Limnantis, las de cabellos lisos.

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En la estela de Leconte de Lisle

Peregrino: en la estela que entre lauros triunfales
alza sobre mi fosa su funeral decoro
esculpió un lapidario la cigarra de oro,
la faz del astro rey y los pavos reales.

Canté las epopeyas, los héroes inmortales,
y la sagrada Atenas y el rutilante coro,
y exalté con visiones purpúreas el tesoro
del Trópico hechizante, sus golfos y corales.

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La amiga recién casada

Esta tarde casó Melisa, mi mejor amiga. Era propicio el signo: nuestras madres se hallaban
encintas. En la ruta del cortejo no se han marchitado aún las rosas; brilla aún en las antorchas la llama nupcial.

Deshago el camino con mi madre, y sueño, sueño… Tal como ella fue hoy, pudiera serlo yo.

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Confidencias

A la siguiente mañana
fui a su casa.
Tímidas amapolas,
las mejillas en brasa.
Y para estar a solas
me hizo entrar a su alcoba, muy ufana.

¡Tenía por preguntarle tantas cosas!
Pero al mirar su cíngulo ceñido
a la altura de las nuevas esposas,
¡por las diosas!

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La cabellera

Me dijo: «Anoche tuve un sueño…
sentía alrededor de mi cuello tus cabellos
como un negro collar sobre mi pecho».

«Los acariciaba… eran los míos».
«Y estábamos ligados para siempre
así, por una misma cabellera; con las bocas unidas,
tal como dos laureles, a menudo, sólo una raíz tienen».

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La carta perdida

¡Ay de mí! He perdido su carta. La había puesto entre el estrofión y la piel, al calor del seno. Pero, he corrido
y ha debido perdérseme.

Desandaré el camino para buscarla, pues si alguien la encontrase, la llevaría a mi madre, y ésta me azotaría
ante la burla de mis hermanas.

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La copa

Lykas me vio llegar
a campo abierto,
vestida con una exómida de esclava
que me dejaba un seno descubierto.

¡Es tan abrumadora esta luz flava!

Luego él quiso mi seno moldear.

Hiñó en cercana fuente cristalina
un Puñado de arcilla suave y fina
y lo aplicó a mi piel, que acariciaba
la arcilla dúctil; mas, tan fría estaba…
Me sentí desmayar.

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La noche

Ahora soy yo quien lo busca.
Todas las noches, en sigilo,
salgo de casa, y por la fasca
senda voy al campo tranquilo
para contemplarlo dormir.

Sin una palabra decir
me quedo allí por largo instante,
dichosa al poder acercar
mis labios hasta su semblante,
por sólo su aliento besar.

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La tumba de las Náyades

Caminaba por el bosque arropado de escarcha. Mis cabellos, sobre la boca, florecían de carámbanos diminutos.
Casi no podía levantar las sandalias por el peso de la nieve fangosa que se les adhería.

Él me dijo: «¿Qué buscas?» «Voy siguiendo -le contesté- la pista de un sátiro.

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Los senos

Dulce, blandamente
la túnica abrió;
y como se llevan
al ara de un dios
vívidas palomas
de terso plumón,
con su mano leve
los senos me dió.

-Ámalos -me dijo-
con igual pasión
con que yo los amo:
son niños en flor.

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Los tres amantes

El primer amante
me ciñó un collar
de perlas nacidas
en ignoto mar;
con él, un palacio
y esclavas sin par
y un templo y un trono
pudiera comprar.

El segundo amante
dijo en mi loor:
-Si de tus cabellos
el negro esplendor
desatas, la noche
se esparce en redor;
y de tus azules
ojos al fulgor
la mañana enciende
su primer albor .

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Palabras maternales

Me baña mi madre en la oscuridad, me viste a cielo abierto y me peina al sol. Mas, si voy a salir en noches claras de luna,
me ciñe más el cíngulo y le hace doble nudo.

Y me ha dicho: «Juega con las vírgenes; danza con los niños; mas no te asomes nunca a la ventana, ni escuches requiebros
de mancebos; y duda, duda mucho de consejos de viudas».

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Remordimiento

Me quedé muda, en mi delirio;
mi corazón latía convulso;
y el batir loco de mi pulso
era en mis senos un martirio,
vivo rubor en mis mejillas.

Gemía «no, no», al resistir.
No pudieron lograr el beso
sus labios, ni su amor obseso
franqueó con rudo insistir
la barrera de mis rodillas.

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Rosas en la noche

Cuando la noche va cubriendo el cielo, el mundo es nuestro… y de los dioses. Él y yo erramos de las campiñas
la fuente, de la umbrosa arboleda a los sitios abiertos, dondequiera nos conducen nuestros desnudos pies.
Las estrellas, pequeñitas, dan claridad suficiente paracolumbrar las esfumadas, breves sombras que somos.

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Último amante

Mancebo, no pases de largo
sin gustar mi amor:
desnuda en la noche, mi carne
recobra esplendor;
más sabio y feliz que cualquiera
frágil primvera
mi otoño te entrega su ardor.

No esperes placer de las vírgenes :
ese arte sutil
lo ignoran ingenuas doncellas,
no es cosa de abril.

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