He muerto. Mira mis manos malva
caer en el silencio, y mi sombra sin carne.
Mi nombre, desasido de mí, apenas levemente
se posa en vuestros labios.
No poseéis ya nombre,
leves frutos humanos: solamente la piel
teñida por el sol, el vello fino y blando,
el jugo que embriaga los muslos y los besos.
Mas ni siquiera el sueño de la luz
me permite la muerte:
la tierra que me abraza es más oscura
que el vientre de los bosques
o el espacio pisado por los astros.
Tras la muerte me nutre la nostalgia,
el aroma vinoso de la fruta
demasiado madura,
y su peso en mi palma,
mejillas con sabor a frutos de verano
y caricias devueltas a la luna
sobre una piel hermosa.
La nostalgia quemante de los muertos.
No hay por qué dar las gracias
a dios alguno.