…Y aquel antiguo amor me vuelve, aquel
en tarde más propicias esparcido a voleo,
cuando regía el alto designio del otoño
la parábola azul de los vencejos.
Oh gentes del mercado, de las rúas umbrosas,
del soportal angosto, de la noria, del puerto,
¿quién os dijo mi nombre?, ¿en qué gris baraúnda
se blasfemó de mí sin yo saberlo?
Callad si es vuestro gusto. No os conozco.
Me sellaré los ojos con cemento.
Mas escuchad: palabras de justicia,
palabras de verdad para vosotros tengo.
Harto camino recorrí callándolas.
Ya padecí sobrados contratiempos.
Es llegada la hora del heraldo,
del que difunde nuevas en el viento.
Es llegada la hora de abrir ojos y oídos.
El segador ya tiene en sus manos el bieldo.
Sí, seréis aventados. Sí, seréis aventados.
Desnudo estará el mundo como un estéril cerro.
Os anuncio el adviento de la noche.
¡De nuevas de verdad soy mensajero!
…Las hogueras consagran el patrullar nocturno,
la sibilina ronda de la muerte en acecho.
La más antigua máscara trenza y destrenza el baile.
Sobre el estuco pesa la sombra de un murciélago.
¿Y quién recuerda ahora los augurios?
¿Y quién sabe a qué vino el mensajero?
¿Y de quién son los pasos que ahora suenan
y abren todas las puertas, como un aire siniestro?
Yo nada sé. Yo vine. Mis palabras
se me dictaron hace mucho tiempo.
A uña de caballo, desvivido,
la nueva trasmití de pueblo en pueblo.
Yo sembré la amenaza en cada hombre.
De alarmas inflamé a cuantos me vieron.
Que nadie me escuchó, que fueron todos,
que unos sí y otros no, que esto y aquello,
¿qué se me da, ni a qué traerla ahora
a discusión, jamás tan a destiempo?
Si ya todos se van sin esperarme,
si ensillan, si se calan los sombreros,
si espolean con saña, si ya casi
dejan atrás los límites del pueblo,
si ya ríen de mí, tan rezagado,
si no hay nadie conmigo, si en el cielo,
como en aquel otoño de mi gloria,
sólo queda el clamor de los vencejos…