Dijiste:
vendré a mirarte con ojos arrancados al olvido,
pero nuevos, curada la ceguera,
recobrado ya el prisma de la luz
para contarte: equivoqué mi vida,
tomé la curva infiel del precipicio,
te abandoné en el llanto de los sauces.
Y yo llevo dos lustros
pesándome en los párpados sin verte,
inventado una vieja alegoría de lo que fuimos,
creyéndote un escorzo tatuado por las nubes
en otro firmamento inacabado.
Es preferible así.
Y así quiero tu rostro: vago, fugaz,
oscuro centinela,
siempre detrás de mí, pero desconocido.