1
Dormir. ¡Todos duermen solos,
madre! Penas trae el día,
pero ¡ay! ninguna,
ninguna como la mía.
2
No tengo cielo prestado
ni ojos que vuelvan a mí
por un descanso de flores,
sin dormir.
1
Dormir. ¡Todos duermen solos,
madre! Penas trae el día,
pero ¡ay! ninguna,
ninguna como la mía.
2
No tengo cielo prestado
ni ojos que vuelvan a mí
por un descanso de flores,
sin dormir.
Si baylas, no miro miembros tan sueltos
en tus ninfas… ribera Gaditana,
ni passos hazia Venus tan resueltos
Bocángel
I
Quiero acordarme de una ciudad deshecha junto a sus dos ríos sedientos;
quiero acordarme de la muerte de los jardines, del agua verde que beben las palomas,
ahora que tú cantas y bailas con una voz áspera de campamento;
quiero acordarme de la nieve que vuelve con la lluvia
para humedecer su boca de viento dormido, su luna abierta entre la yedra.
II
Déjame esta tarde solo para mí, que tengo la voluntad
perdida en el frío. En olvido inmenso
crecen y mueren los pájaros. Hace un siglo
que no duermo y tengo las uñas quebradas
de peinarme.
En el mes de marzo empieza el Otoño en mi tierra;
yo nací en el Otoño.
Cantar. Cante al dichoso día el viento
y a la mañana, el sol llene de luces;
la pintada ala cante acompañando.
La flor repose sobre la hoja. Atento
quedará el jardín. Solo. Tú conduces,
hermoso viento, un crespo mar, cantando.
A la luz clara empiece el hilo sordo
a tejer su ordenado mundo.
Ah, si el pueblo fuera tan pequeño
que todas sus calles pasaran por mi puerta.
Yo deseo tener una ventana
que sea el. centro del mundo,
y una pena
como la de la flor de la magnolia,
que si la tocan se obscurece.
De ayer estoy hablando, de las flores,
de la fuerte agua, transparente y fría,
del alma, de la luna abierta, ¡oh mía!,
de un ángel dulce y solo en los albores.
De tantas noches secas y menores,
del perseguido bien sin alegría;
del aire, de la sombra y la agonía,
de lumbres, cielos y arduos pasadores.
Il va parmi ses fleurs;
et les souffles de lair
Hölderlin
(Similis factus sum pellicano solitudinis)
No es la paciencia de la sangre la que llega a morir,
ni el sueño ni el mármol de Delfos, sino el polvo
que se calienta entre las uñas.