Confesión piramidal

pirámides formando en un momento.
Julián del Casal

Si la distribución de los azules en este vértigo
cónico, en vísperas de primavera
sobre la colcha, espera todo de la música
aunque colabora hacia el espejismo de finales
plenos de sentidos, es que la vida
trae sus manojos apretados, sus gavillas, el torneado
turbante desde el cual el sol se escapa girando
y no sabemos cuál es la relación entre ‘arte’ y ‘vida’
salvo cuando el pelo de una gata en celo se eriza.

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El secretario

Yo soy el hombre de mi destino, etc., aquí en una casa
sola, la técnica del bebé o la viudita
sin persuadir a nadie, sin que crean en mí
yo soy la momia de la calle Arturo, preparo el café
con menta, descubrí que me había muerto, en aquella tarde
con los negros verdosos, las lámparas de mercurio rosado
—su memoria no la respeta nadie, dije.

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El verano siguiente

Ingrávido de materia sutil
el aire en espiral se inclina —oído por la suerte.
Y antes de respirarte
sube el musgo arrancado a los ladrillos
como tonda lasca que arrojó el verano
de los ojos. Antes de olvidarlo, por no sabido
estrecho del sentido, pudiendo barajarlo, tenso e ido,
cifra el redondel de una plaza, el ventanuco blancuzco
con un fondo verde de pecera.

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Imbuche

No pudieron resistir, no pudieron mirar
tu hermosura, tu comercio con el aire.
Narinas, boca, ano, sexo, oídos, ojos:
cosieron tus aberturas.
Monstruo de hermosura, cosido monstruo.
Cerraron orificios de tu piel,
condenaron puertas de tu cuerpo
a ningún tráfico.

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Mella

No me habría detenido en ti si no hubieras estado
al final de la avenida junto al kiosco de tiro al
blanco
donde pasan en correa patos de metal. Hiciste
mella en uno.
Fuimos al tren fantasma; en cada curva saltaban
los muertos.

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