Traje a ti
mi soledad
para que
le dieras alma.
Pero la dajaste sola
en el camino,
¡qué sola
dejaste mi soledad!…
(¡Pensar que la traje a ti
para que le dieras alma!)
Traje a ti
mi soledad
para que
le dieras alma.
Pero la dajaste sola
en el camino,
¡qué sola
dejaste mi soledad!…
(¡Pensar que la traje a ti
para que le dieras alma!)
¡Mangos!… ¡Mira!… ¡Tantos!…
¡Oh!… ¡Uno maduro!…
(¡Dio un salto… y salióse
su seno, desnudo!)
¡Yo salté del árbol!
¡Upa!… ¡Tan!… (¡Qué rudo!)
¡Por mirar de cerca
su seno desnudo!
¡Me miró asustada!
¡Cubrió… lo que pudo
y… huyó…!
Se burlaba el surtidor
-¡la risa casi lo ahogaba!-
porque la lluvia bajaba
y él la devolvía al Señor…
Campo traviesa, cansada,
con el hijo en el cuadril,
la moza va hacia el lejano
cuchitril.
El sol coloca en los árboles
sus moneditas de oro.
Y el niño suelta la fuente
de su lloro…
La rapaza saca el seno
rozagante a se lo dar…
El niño bebe.
A la hora equidistante del pez amanecido
con la primera espuma de la mañana, flota,
como un presentimiento de bostezo salino,
su forma sin aristas, deshilachada, fofa.
Flota, digo, la niebla, crispada de ladridos,
amarrando en las jarcias elásticas gaviotas.
Las nubes -escolares
de escuela elemental-
han tomado sus libros
de luz y se van…
El caballo del viento
las conduce
sobre su lomo tierno.
¡Ya se van! ¡Ea! ¡Ea!
Y ¡adiós! les van diciendo
con sus pañuelos de humo
las chimeneas…