A un infierno de estrellas han lanzado
ese mar que enterrara su talento.
Porque al siervo cobró su trigo el viento:
crujiendo dientes rueda y condenado.
Yo, en un fruto lloroso me he salvado
de maldición a higuera sin lamento;
más retumba, como un inmenso viento,
mi larga sangre en él, que está enclaustrado.
Poemas de Rosa Cruchaga De Walker
Bajo un árbol ayer riéndote a oscuras
se te escapó otro nombre, otra cereza
se reventó en la hierba, que ya empieza
a encharcarse de púrpura verdura.
Sobre otoños que son roja basura
fue crujiendo mi risa que regresa.
Y mi tristeza también sabía a fresa.
Con silencio te llamo. Con un nudo,
con clavo de silencio yo te oprimo,
y te traspaso.
Hijo mío, en un viento de silencio:
raído ya te veo en todo el aire.
Brotaste en mi silencio.
Todo en ti ya lo he dicho sin los labios.
No le culpen en pecho sino en roca.
No le tomen el eco por latido.
No es hijo: es un deshielo en que se esponja
cima en que no cabía ya más frío.
No le hablen que la espiga tiene roja
médula que las uvas ya palpitan,
porque él viene de un mar, vértigo y boca
donde la vida emerge y cae hundida.
Noches de nifia; siempre en su costado,
como lluvia en la lluvia, iba y venía.
Un levántate escondo, como Lázaro
que arrebatan de madre en piedra tibia.
No alcancé a ser su sangre: sólo el pálido
néctar que la nutrió y empobrecía.
Sé que me voy. Me voy retrocediendo
como el salmón que vuelve cuna arriba.
No alcancé nunca al mar, estando viva.
No llegaré a las cumbres, falleciendo.
Sé que te vas, te vas y no queriendo:
como una esponja amarga y fugitiva.