Me llamaréis vagabundo y tahúr,
titiritero de la vida,
porque me pongo a saborear
de antemano esta muerte…»
De pronto este hilo impreciso se rompe en un determinado segundo;
los relojes están parados,
solo el pulso sigue caminando, subrepticiamente.
Es necesario que el pulso sobreviva
-valga la expresión-
para que tenga tiempo de atar los cabos inconexos
antes de expirar POR ÚLTIMA VEZ
y para que tenga la presencia del minuto que queda;
es necesario mantener la calma,
indagar, lo más posible,
si valía o no la pena preocuparse por morir.
Uno no tiene casi nada;
unas monedas en la bolsa,
el usufructo del mundo
o la promesa de alguna amante infiel.
Y conservando ésto
en el mismo momento que damos vueltas a la llave de la casa,
cómoda y seguramente,
imprescriptibles, inalienables, inverosímil…
Cómo si tuvieramos a la inmortalidad por los cabellos
con un título cualquiera de propiedad.
Y no és que el poeta tenga plena consistencia
en la validez de estas palabras que corren por su mano,
es, sencillamente, que va quedando poco tiempo
y los hilos de la historia no logran establecerse en nudo;
él se siente en vilo un momento,
para caer en estrépito
en la vulgaridad de los adoquines callejeros;
sueña con un poco de humo
-su tabaquera siempre está repleta-
y cuando logra despejarse
hay un terco vicio y el fantasma de una historia.
Es que nunca hubo nada, simplemente no había nada
en el cajón de los misterios;
todo era un juego vano, un puro malabarismo;
la historia, guardada con tanto celo
en los anaqueles de las bibliotecas
o continuada vigorosamente por las calles y los campos
a cobrado el toque de queda,
el minuto de silencio.
Y a la pregunta que inquiere
por la solides de los cimientos,
todo se esfuma,
porque el ritmo loco del mundo
no resiste la mínima duda
y porque uno debe morir sobre la marcha
«Más no es posible, no es posible…»
(¡se restauraron los relojes!)
El tiempo retorna toda su aspereza,
se frota, como una cerilla,
e inflama las vigilias y los sueños sempiternos,
«Más no es posible, no es posible»,
se dice,
«volvamos a contar…»
«Espera. No. Dejemos de insistir…
Yórick…»