Hay una historia personal en el fondo del vacío
los rasgos de la infancia son la ausencia
de toda presencia.
Hay una suma de datos registrados como meros
prontuarios, una acumulación de hechos
que trascienden la humedad de las formas
el peso del color, o la longitud del párpado.
En ese territorio aborigen desnudamos la huella
del recuerdo y la convertimos en señal de
alarma
para futuras deserciones.
Pero ¿Quién abandona a quién cuando dos
cuerpos
se separan y se instaura el olvido?
¿Quién derriba la capa de oxígeno y transforma
la identidad de un rostro en desoladas
convenciones?
Acaso presentimos que un beso es más que
un beso
cuando el hielo nos tapa en las luctuosas
noches
de misa y arrastramos los restos de memoria
el imaginario creado para aceptar
que el nombre puesto es una tácita derrota
que debemos velar, como se vela a un muerto
en los ascensores de luto.