¿Qué fue lo que dijiste
cuando adiós me dijiste?
¿Que ya no nos amábamos?…Pero, sí, nos amamos.
¿Lloraste? ¿Serás siempre la que yo he conocido
desde que en nuestra vida los dos nos encontramos?
Y sé perfectamente que bien me has comprendido.
Sé más franca. Las cosas siempre están complicando,
y por ese motivo nos vemos disputando;
di, pues, que en nuestra época siempre es afectación,
y que siempre resulta ridículo y vulgar,
cuando de amantes finos muchos la quieren dar,
escribir con mayúsculas Amor y corazón;
palabras que de nada nos sirven empleamos
y que son fastidiosas,
y, además, peligrosas,
e importancia con ellas en la vida nos damos.
Mi corazón, repiten. Tu corazón también,
y nuestros corazones. Es costumbre corriente.
Y podría jurarte que de todo eso, bien
prescindir se podría, sin gran inconveniente,
y arreglarse al momento las cosas fácilmente.
¿Nuestros dos corazones? Hay tan sólo «tú y yo»,
«tú y yo» no más: de raro no hemos tenido nada,
pero con las palabras siempre nos embriagamos,
y aquí, desde la tierra, dándonos cuenta vamos
de que lo real no llega nunca a la altura soñada.
Te suplico, es prudente, que los dos prescindamos
de hablar de Corazones, y que tú y yo seamos
lo que nosotros somos. Cuando los dos nos vemos
no nos turbamos mucho, pues bien nos conocemos;
ya todo no es como antes, en días de ventura;
cuando nos encontramos, no veo en ti locura;
me pasa a mí lo mismo…lo mismo. ¡Bien! ¿Y qué?
Es esto que aquí ocurre, tragedia no se ve.
¿Nos sentimos calmados?… Esto es muy natural,
es la costumbre. Estamos
ya con ella habituados, ha tiempo, bien o mal;
y cuando ambos creemos que ya no nos amamos,
cada uno se fastidia si el otro se halla ausente.
No hallamos gusto en nada. todo es triste en redor.
Nos vemos desdichados, con aire displicente.
Pero ¿un bien no es esto ya? Pues bueno: así es mejor.
Versión de Ismael Enrique Arciniegas