Sesenta y ocho y estoy sentado aquí
con mi añoranza de
antes de cincuenta años,
como si ella llegara al fin,
se desnudara
y en ella metiera yo
mi beatitud.
Sesenta y ocho y estoy sentado aquí
con mi perspectiva de
mil millones de veces, mil quintillones de años,
y de todo lo que he esperado
o creído o con lo que nunca he podido soñar
ni pizca, por muy poco que sea,
es verdad.
Sesenta y ocho. ¿Eones? ¡Ojalá!, años.
La diferencia es un pelo
no más ancho que el que hay entre Rijmenam
y el horizonte perceptible.
Esa distancia con un gesto
único se puede determinar:
de aquí hasta allá.
Sesenta y ocho años de preguntas,
nada más que preguntas
quién, cuándo, qué,
dónde, cómo y por qué.