Quien tanto te adoró, muerde tu pecho
y desata torrentes carmesíes;
tiene en las sienes pulsos colibríes
y undoso el pelo como el crespo helecho.
Dardo de luz acomodé en tu lecho,
duras palpitaciones y rubíes.
¡Y qué fundirse nardos y alhelíes
culmen mi cuerpo de tu cuerpo y techo!
Labios que te invocaron, como a diosa,
bajo tu vientre ya volcán obsceno,
sobre tu piel serpientes de zafiro,
azules de pasión -no de veneno-
sorben, caliginosos, tu ebria rosa
e, hidrópicos de anhélito, el suspiro.