¡Ah, gritemos!
¡Gritemos!
Ninguno ha de salirse con la suya,
con la misma vamos todos.
¡Gritemos!
Ningún escudo sirve,
ninguna malla defiende
y el parapeto del sueño
sólo es fino algodón envanecido.
A uno ya se le cayó la lengua,
a otro le ha crecido tanto un pie
(pobrecito almamía),
a cualquiera lo mordió la rabia misma
y no faltó alguna a la que el mar
se le hizo chico,
la tierra, chica,
el aire, chico, el infinito, nada.
¡Aullemos, pues!
Volvamos al aullido.
¿Qué otra cosa, de verdad, nos queda?
Con nuestras manitas acariciantes,
con nuestra boca amansada,
con nuestro modito fino,
con nuestro pecho caído del paraíso,
aullemos,
volvamos al aullido,
a la mueca insumisa,
al gesto intemperante,
a la verdad rotunda en la cara del aullido.
¡Sin melindres!
¡A lo mejor logramos algo! (¡Ah,
malditisísima conciencia!)
¡Atrás los nervios!
¡Abajo la compleja payasada del sistema nervioso!
¡Aullemos!
¡Anden, aullemos! ¡Volvamos al aullido!