Al vapor de la mañana
hundí mis ojos,
toqué árboles, arcilla,
toqué elcolor con ellos,
toqué las pieles de las frutas,
las lenguas ásperas toqué
de los ganados
usando de dulce la verdura
en la humedad mis ojos se perdieron
con la dicha.
Poemas de Alejandro Aura
Ya entiendo:
la ciudad vivirá más que yo
que la he amado.
Allá ella,
abandonada.
Su corazón será
un inmenso cacto,
cubierto de primores
y de muertos.
5
Sin embargo me iré a hacer otras ciudades;
por un leve tiempo dejarás de importarme;
aunque me vaya te estaré haciendo falta.
Allá hace un pájaro sus ruidos
siempre lejos
y cerca del oído
allá debe de estar
de allá viene el sonido
hacia allá va toda
la alegría
de esta pájara mía.
Amplio,
como el más amplio amor
es el espacio
donde las montañas
dan de sí su cuerpo elaborado;
sobre uno de estos senos de la tierra
pone su mano el sol
y se levanta.
¡Malhayan el desprestigio y el prestigio!
Si sólo venimos a morir sobre la tierra,
sobre la flor,
sobre las flores de la tierra,
déjenme arder
auque sea
en la realidad olímpica y eterna de los sueños.
Ay la rosa
fragante de
mi corazón
despedazada
por el amor
de la
ciudad,
amortajada
en humo,
desodorizada
ay la rosa.
La golondrina es animal corriente,
es obvia su semejanza con el torso de una mujer flaca
aullando en la cama de los árboles; tocan sus plumas
más ocultas las ramas con el viento;
es obvia su semejanza
con sus piernas, sus caderas (la línea),
quizás un velo para tapar honestamente,
aladamente,
el pubis de la golondrina.
Iba por las calles viendo el esplendoroso andar de las mujeres bellas, compungido por mi azarosa consistencia de venado;
a través de la campana de humo, que tarde o temprano tañerá por nuestra retirada, hendía el prepotente sol
y nos tocaba con indiferencia las fibras aquellas que mueven de un lado para otro nuestros estados de ánimo.
Del viejo señorío sólo quedan estos viejos escombros que veo
y que celebro.
Aquí habrá estado la sala donde se recibía
(alguien aparecía con el servicio del té),
se hablaba en esta sala, de seguro, de los caminos del tiempo;
alguna mano rozó alguna mejilla,
alguna mirada rozó el lindero del silencio
y se concertaron almas con encanto.
IV
Me arde la piel,
soy más hachón
que hombre
un metro
setentaiséis centímetros
de lumbre
con la cresta blanqueando
enrojecida:
ya no tengo remedio;
ardo
en la Ciudad de México.
V
Eran líquidos mis pies
y eran líquidas mis manos
y todo de agua me vi.
Tres:
Alguien dejó una flor de papel sobre mi mesa,
es linda y morada y verde, gracias.
Esperé una flor toda la vida,
y hoy, martes raspado de melancolía,
no sé de dónde, me ha llegado.
Pinche florecita de papel,
te quiero.
Con el dedo meñique
me rasco el corazón;
esta casa que hicimos,
estos muros cubiertos,
qué de color, qué de
violento gusto colgado
en las paredes.
Hasta los pisos
están llenos.
Este laberinto en el que
ya no nos perderemos
ni de chiste.
Viene el conquistador;
en la sedienta casa de su corazón
la muerte vierte ríos;
con millares de hachones de cabellos incendiados
aluza el hombre de la soledad sus compañías;
son actos universales sus palabras.
Todo pase a la muerte, dice,
todo lugar y toda gente
que no tenga algo de mi nombre,
menos las casas de Píndaro, el poeta.
Las palabras no son aire
ni se las lleva el aire.
Las palabras, cuando caen,
se filtran en la tierra,
se escurren por las eras geológicas,
por las cavernas subterráneas
y llegan al fin a un gran depósito
que ha ido creciendo con los siglos
de donde parte la sustancia
que genera las plantas
y los árboles
dadores de los únicos frutos
que en verdad nos alimentan.
Éste que sale del baño no soy
el que entré en la regadera.
Era otro. Tenía un topacio en cada ojo.
Venía de ver la verdad escueta
y la trenzada hilatura de los sueños.
Era un yo mismo mucho más potente,
capaz de salir de sí, de su piyama
y ponerse en la tierra de los otros,
con la mirada interna del que sueña
extendida a la vista de todos,
a tomarse su jugo de naranja.
Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.
Detén tu espesa y húmeda maraña,
viento;
párala un poco
mientras pasan mis ojos
a peinar la cabellera tenue de la luz.
Te tomaré descalza
en día domingo,
te santificaré,
te haré feliz.
Andaremos rodando
por la casa
le pondremos alfombras
y correremos las cortinas
para que entre el sol.
Tomaremos cerveza
y nos bañaremos.
Y por último, pensemos en los barcos, ¿cuál ha perdurado?
¿No son acaso continentes perfectos que reproducen
las contradicciones todas de la materia?
Cómo es eso que madera y aire no se disuelvan en el agua
y sin embargo, ¿cuál ha perdurado?
1
El dueño de la ciudad vendrá algún día
con su claro rostro iluminado;
el que la dejó para ir a conocer otros vistosos sitios;
el que vestía con riqueza
y llenaba de júbilo los corazones de quienes le oían.
La primera noche que pasé fuera de casa me quedé leyendo
hasta ver fantasmas
entre ellos estaba el fantasma del amor
los años pasan comedidos y azarosos y se van descontando como uvas del racimo
de modo que el esqueleto del tiempo sarmentoso y seco
poco a poco y sin querer se va volviendo basura.
He causado la ruina de los demás pájaros
y las palomas me tienen pavor;
he aquí por qué se dice que hay que pensar bien las cosas.
Antes de que yo me eligiera fui señalado para el vuelo,
no tuve la oportunidad del mamífero ni del reptil
ni se me permitió escoger el agua
en cualquiera de las tumultuosas formas que la habitan.
El mal,
una naranja oscura;
el bien,
una clara naranja.
amor mío,
libérame
En la inmensa forma
de la noche
aparece la luna
para hacer constar
que el universo
es harto palpable,
como el cuerpo.
Entre la noche y el día
¡qué misterio, carajo, qué misterio!
Urna cerrada de la luz, ábreme las compuertas.
Vengo del huracán,
hollado por los escombros:
partes de coche, conservas, esqueletos tranquilos, ramas,
callejones oscuros para que dos se presenten al espacio,
costales de pan, perplejidades.
La primera
a duras penas se acerca el de la voz al pozo
se asoma
se abisma
el alma pierde pie
y cae como un idiota
la ley clama sus fueros
y esa no materia que hablaba se alebresta
le da envidia que el sol salga tan recio
haya música
tengan pieles tan lindas las mujeres
sean los lunes
curvas más o curvas menos sabe
que va derecho
a lo que va la vida
así es que jala su bulto somnoliento
ándale querido ándale le dice porque lo ve desanimado
caídos
cuerpo y alma se rescatan
se sacuden
y salen del pozo como dos perros amigos
El gato no se sube a la mesa,
ni menos a las siete de la tarde
cuando en julio comienza a oscurecer.
Ronda por toda la casa, inquieto,
buscando el paso entre el día y la noche,
asuntos diferentes de tratar.
Que la ciudad sea principio y fin
porque no hay soplo
que la hurte de su sitio;
cimiento la sangre de quienes la habitaron
modulando su espeso fundamento.
Óyeme decir que no me iré.
Que parta el solitario
y se hunda en el viento
entre los pájaros perdidos;
que parta el hombre común de cara lisa
que todavía cree en la salvación
y el robusto padre de familia
que busca dominar al sol.
La fruta
Dame ese racimo
de uvas negras,
niña,
dame ese racimo.
El antojo
Una chiquita en pantalón vaquero,
su boquita en francés;
al sur del Ecuador la verdad es al revés.
Las piernas largas, la cadera angosta,
su nalguita alzada;
en el Perú yo no soy nada.
No encuentro dónde poner el grito, ni bote donde líquido echarlo,
ni cajón, ni hoyo de topo, ni capullo, ni bolsillo, ni confesonario;
abro una máscara atrevida que ni vista de cerca ni de lejos es serena;
doy un paso tras otro conteniendo la respiración a duras penas.