Sobre tus ojos de mujer
se habrá de cerrar un día
el sol de un atardecer.
En tus dos pálidas manos
se apagarán los fulgores
de los luceros lejanos.
Sobre tus labios marchitos
pasará la eternidad
con sus besos infinitos.
Y cuando yazgas dormida
la muerte dirá en tu oído
que un hombre te amó en la vida:
yo también me habré dormido.