Sólo tengo un deseo:
que en la paz de la tarde
me permitáis morir
a la orilla del mar;
me sea dulce el sueño
y el bosque esté cercano,
que en la extensión del agua
reine un cielo sereno.
Oriflamas no quiero,
ni un lujoso ataúd,
hacedme sólo un lecho
con las jóvenes ramas.
Y nadie junto a mí
llore en mi cabecera,
nada más que el otoño
hable en las hojas secas.
Mientras corren las fuentes
cayendo rumorosas,
se deslice la luna
sobre los altos pinos.
Que las esquilas suenen
al viento de la tarde,
que sobre mí el sagrado
tilo vuelque sus ramas.
Como ya no andaré
nunca más errabundo,
tiernamente mi tumba
cubrirán los recuerdos.
Los astros, que se elevan –
de la enramada en sombra,
serán para mí amigos,
sonriendo de nuevo.
Gemirá apasionado
el canto del mar áspero…
y me volveré tierra
en mi honda soledad.
Versión de Rafael Alberti y María Teresa León