No hemos tenido suerte,
amigo mío,
aunque haya quienes digan
que siempre la tuvimos.
Cuando miramos hacia atrás
y recordamos las calles
de ese París que se ha ido
con nosotros,
no sabemos ya qué hemos tenido,
no sabemos siquiera
si hemos tenido alguna cosa
o si todo ha sido solamente
nuestro disfraz de saltimbanqui,
nuestro sombrero de perro
y nuestras ganas de vivir.
Algo sabemos sin embargo
de los fulgores del mundo:
no nos va bien la bufanda
de seda pelirroja
de los directores de asuntos,
no nos convienen
los parajes idílicos,
las mansiones augustas,
las torpes limosinas.
No estamos ya para esa farsa,
viejo perro.
Hemos querido cantar
y sólo hemos gritado.
(¡Cuánto mejor hubiera sido
ser un oso que baila!)
Hemos enfrentado a Dios
y él ha escapado
brincando por los bosques.
Hemos querido mostrarnos
y nadie nos ha visto.
Hemos querido ser grandes
y sólo fuimos los mismos,
los de siempre.
Acaso hayamos tenido,
únicamente,
la delicada suerte
de no haber sido nadie
ni nada.