I. Job
Y vino y puso cerco a mi morada
y abrió por medio della gran carrera
Fray Luis de León
Trad. Del Libro de Job
Él fue quien vino en soledad callada,
Y moviendo sus huestes al acecho
Puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
Y cerco a mi ciudad amurallada.
Como lluvia en el monte desatada
Sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
Y cubrió de tinieblas mi morada.
Trocó la blanda risa en triste duelo,
Convirtió los deleites en despojos,
Ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,
Hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
Y no dejó encendida bajo el cielo
Más que la obscura lumbre de sus ojos.
II. Sulamita
Pues ya si en el exido
De hoy más no fuere vista ni hallada,
Diréis que me he perdido,
Que andando enamorada…
San Juan de la Cruz
Cántico espiritual
Atraída al olor de tus aromas
Y embriagada del vino de tus pechos,
Olvidé mi ganado en los barbechos
Y perdí mi canción entre las pomas.
Como buscan volando las palomas
Las corrientes mecidas en sus lechos,
Por el monte de cíngulos estrechos
Buscaré los parajes donde asomas.
Ya por toda la tierra iré perdida,
Dejando la canción abandonada,
Sin guarda la manada desvalida,
Desque olvidé mi amor y mi morada,
Al olor de tus huertos atraída,
Del vino de tus pechos embriagada.
III. Ruth
Ego dormio el cor meum vigilat
Cant., V, 2
La quieta soledad, el lecho oscuro
De inmortales tinieblas coronado,
El silencio en la noche derramado,
Y el cerco de la paz, ardiente y puro.
Ruth detiene el aliento mal seguro,
Descubre el rostro de dolor turbado,
Y por largos anhelos agitado
Con dura mano oprime el seno duro.
Duerme Booz en tanto; su sentido,
En misterioso sueño sumergido,
La presencia tenaz de Ruth ignora.
Mas su despierto corazón medita…
Y la noche fugaz se precipita
Hacia los claros lechos de la aurora.
IV. David
¡Oh Betsabé, simbólica y vehemente!
Con doble sed mi corazón heriste
Cuando la llama de tu cuerpo hiciste
Duplicarse en la onda transparente.
Cerca el terrado y el marido ausente,
¿quién a la dicha de tu amor resiste?
No en vano fue la imagen que me diste
Acicate a los flancos y a la mente.
¡Ay de mí, Betsabé, tu brazo tierno,
traspasado de luz como las ondas,
ligó mis carnes a dolor eterno!
¡Qué horrenda sangre salpicó mis frondas!
¡En qué negrura y qué pavor de invierno
se ahogó la luz de tus pupilas blondas!
V. Jezabel
Palidez consumada en el deseo,
Suma de carne transparente y fina,
Ya sellada, en profética rutina,
Para el soldado y para el can hebreo.
¡Oh desahuciada fiebre, oh devaneo
que oscila como péndulo en rüina,
de un viñedo que el sol nimba y fulmina
a cruenta gloria y militar trofeo!
Horror de pausa y de silencio, acaso
Para no conocer turbias carreras
Del corazón, hacia el fatal ocaso,
Ni sentir que en sus válvulas arteras
Se endulza ya la sangre paso a paso
Para halagar las fauces de las fieras.