Te he visto envejecer entre mis manos,
mis caricias tus manos me abrazaban
un día y otro día- sin poder detenerte,
detenernos.
Tus ojos querían para mí
las cosas dulces, suaves,
aunque tú ya sabías lo violenta,
dura y desolada,
que está la vida. Y una vez,
y otra vez, me hablabas del camino.
Y ya hoy
-Ana y Ángela, mis hijas,
te recuerdan- te veo como nunca lo hice:
Agobiada por años y más años,
por palabras y ausencias,
por dolores.
Quisiera para ti
toda la paz del mundo. Toda la paz
que no pudimos darte.