Tiempo de mi corazón jugando a la guerra
y la guerra era un llanto en todas las paredes
y yo vivía allí.
Palabras absurdas que oía a la sombra
y quería ser perro para matarlas
y decir que la mentira más grande
se vestía de blanco y negro.
Castigo que no podía inventarlos ni un loco,
ni un suicida,
ni hachís ni las flores tan bellas del altar.
Años en que sólo las moscas eran mis amigas,
la torpeza de mi corazón cansado de rebelarse
mientras yo sabía y miraba mis senos de madrugada.
Fui mala oveja en esos años,
esto me contenta ahora,
mala conductora del calor por donde querían remediarme,
cosía mis medias
y no pensaba nunca en el infierno.
Era ese mi triunfo cuando jugaba sin truco
y sin desesperación.
No puedo recordar nombres,
cuando lo intento me duele la espalda y la cabeza,
se me hace un nudo en los hombros,
me atraganto de pan y fruta que me daban
si ese favor resistiera las ganas de morir que tenía.
Malo, malo, malo,
historia triste y grandísima de mí
porque no alborotaron nunca mi árbol,
excepto para verme ahora valiente
y maldecir las tristes figuras
en blanco y negro.
Tu presencia encima de todo, lo que hablo,
debajo de una roca donde no estoy,
tú en el triunfo extraño que es amor,
y el cuerpo se resiente
y es látigo de verdad
árboles donde puedo acercarme.
No vienes de parte alguna.
Te encuentro parecido con todo.
Hablas tu lenguaje de corbata normal, de existencia,
o de seno como yo, de pez que corre,
esa luz de fondo inacabable.
Y tú eres quien triunfa sin que sea recuerdo,
sin que vaya a ser,
una ceja es suficiente para atarme, Luz,
la hoja caída la pisamos a medias,
y la tierra pisada sigue intacta lejísimos.
No te diré que te irás.
Vuelco el vuelco diario detrás del sol.
y corres tanto
como te amo.