Oyendo aquí los pinos, miro el cielo;
mis ojos, inocentes; soy el niño
que se esconde a mirar y oír el mundo,
a sorprender la noche cómo roba.
Sigo oyendo los pinos, sigue el cielo,
y mis ojos se apagan, ¿qué será
del que soy? Ya no es posible el daño;
sereno el corazón aguarda todo.
Y sigo oyendo el tiempo, sombras
crecientes que penetran flacas
en mi cuerpo vacío,
hospicio de algún mal inacabable.
Posible es la alegría, me consuela la noche:
creía carecer de bien alguno,
y siguen devastando mi inocencia.