Ayer bebí,
y mientras bebía hablé de mi impotencia,
confesé mi orfandad y mostré mis manos
que nunca tienen nada, salvo el corazón de Ligia.
Yo le quité el corazón porque era la única mujer
capaz de amar a un poeta pobre.
La besé, la tendí en medio de las horas
y fui señor de la fiesta,
de aquella hoguera azul…
Ayer bebí, y mientras bebía le di un puntapié al
(hombre responsable,
caí de bruces, miré por última vez el sol
y en mis manos que nunca tienen nada
continuaba el corazón de Ligia.