Vuelan como jugando las gaviotas;
y los blancos corceles de la mar,
encabritados sobre el oleaje,
sus despeinadas crines dan al aire.
Cae la tarde y una fina lluvia
apaga las hogueras de la noche;
a su paso el vapor escupe hollín
y abate su penacho largo y negro.
Más pálido que el cielo sin color,
me dirijo a la tierra del carbón,
donde reinan la niebla y el suicidio;
-Hace un tiempo ideal para matarse.
Siento ahogarse mis ávidos deseos
en el abismo amargo que blanquea;
se arremolina el agua, danza el barco,
el viento cada vez se hace más fresco.
¡Está tan dolorida el alma mía!
El océano se hincha, suspirando,
y su desesperado pecho me parece
como un amigo fiel que me comprende.
¡Penas de amor perdidas, adelante,
esperanzas truncadas, ilusiones
apeadas de alturas ideales,
podéis saltar hasta los surcos húmedos!
¡Id al mar, sufrimientos del pasado
que volvéis nuevamente para hurgar
en vuestras cicatrices mal cerradas
intentando otra vez que lloren sangre!
Id al mar los fantasmas de mis sueños,
congojas de mortales palideces
en este corazón con siete espadas
como lleva la Madre dolorosa.
Cada fantasma se sumerge y lucha
durante unos momentos con el agua
que lo cubre al final de su voluta
y lo engulle lanzando un gran sollozo.
¡Oh, pesado equipaje, lastre de alma,
tesoros miserables y queridos
hundíos y después de este naufragio
yo mismo os seguiré al fondo del mar!