La tempestad ha comenzado a grabar su nombre sobre el polvo.
Tengo hambre, tengo dolor, tengo tristeza,
tengo un deseo profundo de confundirme con el mar,
de integrarme a la piedra,
de perderme en el aire podrido de la ciudad.
Quiero tocar la fuente del rayo.
He visto la luz postrada.
He visto una flor roja en la sien del Enemigo.
Sé bien que la Mujer, viendo hacia atrás,
alcanza a ver más lejos hacia adelante.
Lo sé bien: una mujer desnuda
hace brotar un dios en cualquier miserable.
Al pie de un cerro cruel
hay una piel colgando de un árbol espinoso:
alguien sube a ofrendarse para glorificar tu nombre, oh Diosa.
Un día me dio por escuchar los ruidos de la noche.
Por eso estoy aquí.
Miradme: desolado.
Una ele nomás y heme aquí: desollado.
He soñado.
Sueño que una soberbia estrella de diamante quema mi corazón.
Sueño en caer.
Sueño una lenta noche precipitándose conmigo hasta la boca
del Infierno.
Hasta la ultima roca desolada.
Soñé que mi corazón era mi Madre.
Soñé que mi cerebro era mi Padre.
Soñé que mi mujer era la Noche.
Mi hermana era la Muerte.
Mi corazón oscuro era el Viento del Sur.
Por eso pude alimentar el día.
Por eso tengo el corazón deshilachado. (Altura, Madre, Altura!)
Por eso arrojo estos poemas al Crepúsculo:
trozos de sol,
como monedas sucias.