Al final caemos solitarios
junto a otros solitarios.
Sobre el puente levadizo de la noche
cruza la luna y parece esconder
su cara de exilio y contrabando;
cruza la luna y se lleva tus ojos,
y de repente tus ojos
son disparos al aire, pero yo,
que ya soy apenas nada más
que aire, no muero.
Áspera ciudad de angustia,
inventaré esta noche
una forma de melancolía
en tus húmedos lagos,
donde beben nebulosas
y yo tiemblo.
Y caeré en tus brazos
para que me rescate el frío
y apriete mi abandono
a su pertinaz respiración boca a boca.