Cuando papá enfermó eligió la buhardilla.
Pocas las cosas a su alrededor: la vieja foto de Einstein,
los libros de medicina, la cama, un anotador
y la intrusa luz del otoño por la ventana.
Subí a la buhardilla y bajé a la infancia.
Había ya ausencias que se volvían presencias.
Nos miramos fijo después de mucho tiempo difícil.
Pidió limones de mi casa para quitar el sabor
que los rayos de cobalto le dejaban en la boca.
A nuestro modo, como siempre, pudimos entendernos.
El escupía la muerte bajo protesta.
Yo le mostré cómo era mi cara con lágrimas.
Después, discurriendo sobre el futuro que nos unía y separaba,
comenzamos en paz los últimos diálogos en la buhardilla.