Era un pequeño Tiburón
asilado en este océano
de concreto,
que respiró nuestro aire
y ya no vivió.
Nadó panza arriba
hacia el cielo,
fue a encontrarse
con Dios
antes que nosotros.
Imagínatelo,
ahora mismo está contándole
sus experiencias,
dándole gracias
por las aletas.
Pero su muerte me pareció
tan triste:
él, amo y señor
de todos los mares,
muerto así, sin honores,
solo,
en aquella pecera,
flotando en la nada,
frente a nosotros,
como un alga con cabeza.