Nuestra tarea no es ya recolectar madura fruta
con trampa mortal que se muerda.
Ahora que en la casa dejamos atrás las naves hundidas,
sin olvidar la flor en el cabello
que nos perfuma desde generaciones,
no seremos más
púgiles en un ring sexual de barro,
superdotadas para el teatro del amor,
aficionadas al abalorio antes de iniciar la pubertad,
al ritual de cuerpos engastados en aceites nocivos
para que resbalen todas las enemigas.
No soy cobarde si eso me llaman,
desafío las etiquetas pasajeras de verde disputa
y negro fango, y no gritéis al viento parciales victorias,
si quisiera también hubiera ascendido
por el puente de plata que al deseado trofeo conduce.
Pero si frotamos bien el siglo Veintiuno,
nos permite formular un único sueño:
Él ya no será más mi oficina.
No será su cuenta bancaria,
ni una VISA ORO, corazón de plástico en su cartera,
el ansiado puesto de trabajo.
Él nunca más será nuestra oficina,
el sólo tragaluz para un sótano sombrío,
la única hiedra por la que escalar
el muro a un despacho propio.
Si aún queréis zurcir, cosed líquido valor a vuestras hijas,
en un top Delacroix de pecho desnudo y caminad, caminad.