Variación para un recuerdo de Alberto Ángel Montoya

I

El tiempo ya, Cecilia, sobre mi alma
y en mi cumbre de sombra, es como un viento.
Y en el viento una hoja va dorada.

Es tu melena de oro en aquel largo
amanecer de un baile jubiloso.
Hoja al alba del beso desvelado.

Yo en medio de la fiesta estaba solo,
pero era todo tú cuando caía
tu cabeza dorada sobre mi hombro.

Las rondas de galanes te seguían,
asediando tu cuerpo con palabras
que tú sólo en mis manos comprendías.

El diván recatado se alargaba
un poco menos largo que tu cuerpo
y al fulgor excesivo de la lámpara.

Tú amenguaste la luz en un reflejo
tan escaso y tan pálido que apenas
el rescoldo brilló del pebetero.

Y yo hallé entre la sombra tus guedejas,
y el diván parecióme en ese instante
un poco menos largo que tus piernas.

Y ardió entonces la lámpara en la sangre,
suspensa en la sorpresa del hallazgo
por una dualidad de fruta y ave.

Al erguirte, tu cuerpo fue más alto
que nunca aquella noche y aquel baile
porque él llegó a la altura de mis labios.

Afuera, en el salón, con tono grave,
algún galán filósofo explicaba
el «pienso luego existo» de Descartes.

Mas ya el tiempo eras tú dentro del alma….

Dime, ¿por tus salones elegantes
entre una luz de joyas y de galas
surgidas al albor de tus nupciales

azucenas de espera resignada,
o en tus nupcias, ya de otro tu azucena,
no evocaste un momento aquella estancia?

¿Olvidaste aquel mundo que era apenas
ese doble hemisferio de tus senos
bajo el sol primordial de tu melena?

¿Y aquel instante al pálido reflejo
de una lámpara vana en la sorpresa
de las manos, los labios y los besos?

¿En tu grato salón, con tono grave,
aún tu galán filósofo te habla?
¿A qué otro amor le explicas lo que sabes?

El tiempo ya , Cecilia, sobre mi alma
y en mi cumbre de sombra, es como un viento.
Y en el viento una hoja aún va dorada.

Mas es triste la ráfaga del tiempo.

II

A ti volví una noche porque mi alma
caía como un fruto en tu recuerdo.
Pero era ya ceniza la manzana.

Llegábame tu voz como del eco
de otra voz nunca oída y nunca amada,
y en mi sueño de amor aún era el sueño

tu voz entre otras voces ignoradas,
cuando de fronda y alba tus cabellos
despertaban los días en tu espalda.

¿Qué te hablan esas voces? ¿Con qué acento
dicen ahora la gentil palabra
que yo una aurora te enseñé en silencio?

Y jamás otra voz, si otra voz canta,
dirá lo que el silencio de aquel beso
que a tu alondra infantil le enseñó el alba.

¿Qué fácil traje de sensual diseño
prolongará en tus hombros la mañana
del baile de esa noche? ¿En qué discreto

camarín tu cabello es el champaña?
¿Qué amor partirá el mundo en tus dos senos?
¿En qué anillo o qué broche está tu alma?

Alguien viene a decirme que el invierno
golpea en el cristal de mi ventana.
¿Cuál será la ventana y cuál el cielo?

En el trágico viento iba dorada
una hoja perenne que en el cierzo
otra hoja más cálida evocaba.

Así devuelvo al alba mi recuerdo
porque nada le falte a la alborada
de tu amor, y aún le sobren estos versos.

Es tiempo ya, Cecilia, sobre mi alma
y en mi cumbre de sombra, es sólo el viento.
Y el viento es ya la noche sin el alba.

Mas tú fuiste la víspera del tiempo.