Le esposarán las manos por la espalda,
pero él tendrá seis años
y correrá mojado entre las altas
hierbas de su memoria.
Le cerrarán la puerta,
se callará la llave al otro lado,
y él verá los sinsontes entre los patriarcales
olmos de Baton Rouge, la via del Babuino,
las bateas azules de Cangas de Morrazo.
Le pondrán cualquier número, lo formarán en fila,
lo contarán, y él, mientras,
cabalgará cantando contra el viento
desmedido de algún acantilado.
Lo matarán y nunca se habrá muerto,
y sobre su cadáver, a pie firme,
le sonreirá a los muertos que le miren
al otro extremo de las metralletas.