¡Ve! si en oriente la graciosa luz
su cabeza flamígera levanta,
los ojos de los hombres, sus vasallos,
con miradas le rinden homenaje.
Y mientras sube al escarpado cielo,
como un joven robusto en su edad media,
lo siguen venerando las miradas
que su dorada procesión escoltan.
Pero cuando en su carro fatigado
deja la cumbre y abandona al día,
apártanse los ojos antes fieles,
del anciano y su marcha declinante.
Así tú, al declinar sin ser mirado,
si no tienes un hijo, morirás.