Canto pagano

Yo que he estado donde he estado-
Yo que he ido donde he ido-
Yo que he visto lo que he visto-
cómo podría nunca competir
otra vez con la terrible vieja Inglaterra,
casas a ambos lados de la calle,
cercas a los dos lados del camino,
en medio el sacerdote y las gentes de buena familia,
si nos encontramos, tocan mi sombrero-
¿Yo que he visto lo que he visto?

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El vampiro

1897

Un idiota había que rezaba
(igual que tú y yo)
a un trapo y a un hueso y a un mechón de pelo
(le llamábamos la mujer despreocupada)
pero el idiota te llamaba su dama perfecta-
(igual que tú y yo)

Oh, los años perdidos.

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Gehazí

1915

¿De dónde venís, Gehazí,
figura venerable,
de escarlata y armiño
y cadena de oro de Inglaterra?
«De seguir a Naamán
y decirle que está bien todo,
por ello mi celo me ha nombrado
Juez en Israel.»

Bien hecho, bien hecho, Gehazí.

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Las mujeres

De donde la he encontrado mi diversión he tomado;
granuja he sido y en mis tiempos he arrasado,
he tenido mi botín de dulces corazones,
y cuatro entre ellos de primera clase.
Una era una viuda casi casta,
otra, una mujer en Prome,
otra, la mujer de un jefe de cuadras
y es otra una muchacha en donde vivo.

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Si

Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y por ello te culpan,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido, no pagues con mentiras,
o ser odiado, no des lugar al odio,
y -aun- no parezcas demasiado bueno, ni demasiado sabio.

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Una canción en la tormenta

1914-18

Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete.
A fuerza de tiempo, no de guerra,
en medio del peligro nos guiamos:
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que aparezca
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestra salvación,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.

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A quien en la ciudad estuvo largo tiempo

A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde, fatigado, en la blanda yacija
de la hierba ondulante y lee una acabada,
una gentil historia de amor y languidez?

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A Reynolds

¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrádmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el más pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león, y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el oído.

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A Reynolds 2

«Me inspiró estos pensamientos, mi Querido Reynolds, la belleza matinal, Que incitaba al ocio.
No había leido ningún libro, y la mañana me daba razón. En nada pensaba sino en la mafiana,
y el Tordo afirmaba mi acierto, pareciendo decir…» (Carta a Reynolds, febrero 1818)

¡Tú, a cuyo rostro el viento de invierno se ha acercado
y que has visto las nubes de nieve entre la bruma
y entre heladas estrellas, olmos de negras cimas!

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A un amigo que me envió unas rosas

Cuando ya tarde paseaba por los campos felices,
A la hora en que la alondra sacude el trémulo rocío
De su exuberante escondite de trébol; -cuando de nuevo
Los bravos caballeros cogen sus abollados escudos:
Vi la flor más linda que haya ofrecido la naturaleza silvestre,
Una rosa almizcleña recién mecida por el viento; la primera en desprender
Su fragancia al verano: crecía encantadora,
Como si fuera el cetro que empuñara la reina Titania.

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A una urna griega

Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?

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Bien venida alegría, bienvenido pesar

Bien venida alegría, bien venido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa…
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!

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Canción de Folly

¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos.
Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso,
y no sean sus dientes la perla más preciosa;
sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean
más largas que la antena menuda de una mosca
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,
pero sí muchas pecas.

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Canción de la margarita

Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera
ocultarse igualmente en una nube.

Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-
es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.

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De puntillas anduve por un pequeño monte

(fragmento)

De puntillas anduve por un pequeño monte.
daba frescor el aire y corría tan leve,
que los dulces capullos, con orgullo modesto
y languidez, doblando, en una breve curva,
sus tallos, con las hojas escasas y abusados,
no perdieron aún la estrellada diadema
recogida del día en su primer sollozo.

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Escrito antes de releer «El Rey Lear»

¡Romance de dorada lengua y laúd suave!
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina!
Tus melodías deja en este día crudo,
cierra tu libro añoso y quédate callada.
¡Adiós! Pues que, de nuevo, ya la enconada pugna
entre dolor de Infierno y apasionado limo,
ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo
esa dulzura amarga del fruto shakespiriano.

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Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría

¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría
no viendo más verdores que los suyos,
no sintiendo más brisas que las que soplan entre
sus frondas confundidas con las leyendas grandes;
pero nostalgia siento, a veces; languidezco
por los cielos de Italia; íntimamente gimo
por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,
para olvidar un poco lo mundano y el mundo.

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Historia en versos

Lo hermoso es alegría para siempre:
su encanto se acrecienta y nunca vuelve
a la nada, nos guarda un silencioso
refugio inexpugnable y un reposo
lleno de alientos, sueños, apetitos.
Por eso cada día nos ceñimos
guirnaldas que nos unan a la tierra,
pese a nuestro desánimo y la ausencia
de almas nobles, al día oscurecido,
a todos los impávidos caminos
que recorremos; cierto, pese a esto,
alguna forma hermosa quita el velo
de nuestro temple oscuro: talla luna,
el sol, los árboles que dan penumbra
al ganado, o tales los narcisos
con su universo húmedo o los ríos
que construyen su fresco entablamento
contra el ardiente estío; o el helecho
rociado con aroma de las rosas.

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La caída de Hiperión (Sueño)

Tienen los locos sueños donde traman
elíseos de una secta. Y el salvaje
vislumbra desde el sueño más profundo
lo celestial. Es lástima que no hayan
transcrito en una hoja o en vitela
las sombras de esa lengua melodiosa
y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.

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La paloma

Una paloma tuve muy dulce, pero un día
se murió. Y he pensado que murió de tristeza.
¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataba un hilo
de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo.
¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos?

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Meg Merrilies

La vieja Meg era gitana
y vivía en el monte:
era el brezo rojizo su lecho
y al aire libre tuvo su morada.
Negras moras de zarza por manzanas tenía,
por grosellas, simiente de retama;
su vino era el rocío de blancas zarzarrosas,
tumbas del camposanto eran sus libros.

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Oda a la melancolía

1
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acónito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu pálida frente sea besada
por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.

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Oda a un ruiseñor

Me duele el corazón y aqueja un soñoliento
torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado algún fuerte narcótico
ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:
no porque sienta envidia de tu sino feliz,
sino por excesiva ventura en tu ventura,
tú que, Dríada alada de los árboles,
en alguna maraña melodiosa
de los verdes hayales y las sombras sin cuento,
a plena voz le cantas al estío.

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Oda a una urna griega

1
Tú todavía inviolada novia del sosiego,
criatura nutrida de silencio y tiempo despacioso,
silvestre narradora que así puedes contar
una historia florida con dulzura mayor que nuestro canto.
¿Qué leyenda orlada de hojas evoca tu figura
con dioses o mortales o con ambos,
en Tempe o en los valles de Arcadia?

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Oda al otoño

Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.

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Sobre el mar

No cesan sus eternos murmullos, rodeando
las desoladas playas, Y el brío de sus olas
diez mil cavernas llena dos veces, y el hechizo
de liécate les deja su antiguo son oscuro.
Pero a menudo tiene tan dulce continente,
que apenas se moviera la concha más menuda
durante muchos días, de donde cayó Cuando
los vientos celestiales Pasaron, sin cadenas.

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Sobre la cigarra y el grillo

Jamás la poesía de la tierra se extingue:
cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente
y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre
de seto en seto, por prados recién segados.
En la de la cigarra. El concierto dirige
de la pompa estival y no se sacia nunca
de sus delicias, pues si le cansan sus juegos,
se tumba a reposar bajo algún junco amable.

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Sobre una urna griega (otra versión)

Tú, novia intacta aún de la quietud,
prohijada del silencio y de las lentas horas,
selvático rapsoda, que refieres un cuento
florido, con dulzura mayor que en nuestra rima:
¿qué leyenda, ceñida de verdor, en tu forma
tiembla? ¿Será de dioses o mortales, o de ambos,
en el Tempé o en valles de Arcadia?

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Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,
amor de un solo pensamiento, que no divagas,
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.
Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer
del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,
incluso tú misma, tu alma por piedad dámelo todo,
no retengas un átomo de un átomo o me muero,
o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

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Almería

Los vientos aquí no tienen insignias en movimiento, pero recorren
una vacía oscuridad, una destemplada luz;
ramas que no se doblan, nunca una flor torturada
se estremece, raíces agotadas, a punto de volar;
alado futuro, marchito pasado, ni semillas ni hojas
dan fe de esos veloces pies invisibles: corren
libres por una tierra desnuda, cuyo pecho recibe
todo el fiero ardor de un sol desnudo.

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Amor extraviado

El vino tinto que lentamente caía y rebosaba en la concha
de la perla, donde los labios se habían rozado, tan livianos y veloces
como los pétalos desnudos de la rosa a la deriva
sobre el lento estribillo de laúd
del canto estival de la abeja: riéndose mientras descendían,
memorias doradas: inciensos de sueño, regalos de infancia,
azules como el humo que transportan los lejanos horizontes,
frágiles como las alas de Ariel: –

en la pira estas cosas entrañables extendí;
y se prendió la llama, y fuerte la aticé,
y, cargado de esperanza, pude contemplar el pasado en ruinas.

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Carpe noctem

No hay futuro, no hay más pasado,
ni raíces ni frutos, flores pasajeras solo.
Túmbate tranquila, túmbate tranquila y la noche perdurará,
silenciosa y oscura, no por un espacio de horas,
sino eternamente. Déjame olvidar
todo menos tu perfume, todas las noches menos esta,
la pena, el infructuoso llanto, el pesar.

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El espejo

A cámara lenta, la luz de la luna una vez atravesó
el soñador espejo,
donde, hincados, inviolablemente hondos,
viejos secretos no olvidados albergan
inolvidables maravillas.
Pero ahora polvorientas telarañas se entrelazan
por el espejo, el que antaño
viera los dedos que retiraban el oro
de una despreocupada frente;
y las profundidades son cegadas a la luna,
y olvidados sus secretos, nunca dichos.

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La rueda ardiente

Exhausta de tantas vueltas,
mortificada por tan frenético desasosiego,
ansiando perfilar el dolor circunferente
-la vertiginosa llanta a toda velocidad-
hacia el centro inanimado, y allí reposar,
la rueda debe ir de agonía
en agonía contrayéndose, hasta volver
al núcleo de acero.

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Las puertas del templo

Numerosas son las puertas del espíritu que llevan
al más íntimo santuario:
y considero las puertas del templo divinas,
pues el dios del lugar es Dios mismo.
Y estas son las puertas que Dios dispuso
que a su casa llevaran: vino y besos,
fríos abismos del pensamiento, juventud sin tregua,
y tranquila senectud, plegaria y deseo,
el pecho del amante y de la madre,
el fuego del juicio y el fuego del poeta.

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Magnánimos romanos

Columnas y fuentes eternas,
chorros de escarcha y viva espuma,
desde las siete montañas dejémoslas saltar,
Las siete colinas de Roma.

Por resonantes arcos y bóvedas flanqueadas,
dejemos las calles marchar triunfales;
mandemos a los acueductos marchar
por la llanura de abajo infatigables.

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Tinieblas

Mi alma tapiada jamás ha conocido
oscuridad tan íntima, paisaje deslumbrante,
como el punto ciego, del que brotan las visiones
en el corazón de la mirada crisólita…
la oscuridad mística que acaricia el trono de Dios
en un esplendor más allá de lo imaginable,
tan rápido y brillante.

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Topiario

No siendo posible a veces comprender
por qué hay gente cuya carne ha de parecer
cual carroña tumefacta en fétida vaharada,
henchida de larvas ante el ojo que la mira,
henchida de larvas para el tacto de una mano;
por qué hay hombres sin piernas,
como balas en carritos chirriando
cual monos de interminables brazos:
no pudiendo ver por qué Dios el Topiario
ha de formar, esculpir y retorcer
los cuerpos humanos en tan fantasmagóricas figuras:
sí, ignorando la finalidad de todo esto, a veces deseo
ser algo fabuloso en la mente de un tonto,
o, en el fondo del océano, en un mundo sordo y ciego,
feliz y remoto, un gigantesco pez de desorbitados ojos.

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Alas

I

El señor Sartre medita sobre asuntos
de actualidad

Encogido, en la enorme ala rota de su sombra,
recrea el mundo en el interior de su cráneo, como el espectro de una flor.

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Canción

Dama, cuando la punta lunar te bendecía
te hiciste fuego suave grácil como una nube;
difíciles estrellas te nadaron el rostro;
erecta estabas y era tu sombra mi lugar:
te volviste y volvióse tu sombra entonces hielo,
Oh, mi dama.

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Cómo empezó a jugar el agua

Agua quería vivir
fue al sol y volvió llorando
Agua quería vivir
fue a los árboles la quemaron volvió llorando
La pudrieron volvió llorando
Agua quería vivir
fue a las flores la pisaron volvió llorando
Quería vivir
fue al vientre encontró sangre
volvió llorando
fue al vientre encontró cuchillo
volvió llorando
fue al vientre encontró gusano y podredumbre
volvió llorando quería morir

Fue al tiempo fue por la puerta de piedra
volvió llorando
fue por todo el espacio buscando nada
volvió llorando quería morir

Hasta que no le quedó lloro

Yacía en el fondo de todas las cosas

completamente agotada completamente claro todo

Versión de Jesús Pardo

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Cuervo Ego

Cuervo esperó a que Ulises se volviera
gusano, y Cuervo lo comió.

Luchando con las dos víboras de Hércules
asfixió sin querer a Deyanira.

El oro que rindieron las cenizas de Hércules
es ahora electrodo en los sesos de Cuervo.

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El salmo de los jejenes

El jején es de linaje más antiguo que el hombre
Proverbio

Cuando los jejenes danzan en la tarde
luchando en el aire, garabateando,
y deshilachando su léxico loco,
agitando su muda cábala
bajo la sombra de las hojas

Hojas sólo hojas
contra las espesas saetas del sol
contra las saetas del tardío sol
a sus ojos frágiles y su ánimo oscuro

Danzando
Danzando
en el aire escriben, lo que escriben borran
anudan las letras, las hacen maraña
y todo son yoyo de todos los otros

Inmensos imanes en redor de un centro

Ni escriben ni luchan pero cantan cantan
que no son materia sus ciclos vitales
que no tienen miedo del sol y que el único
sol que tienen vive demasiado cerca
rompe su canción de todos los soles
que son ellos mismos soles de sí mismos
su propio residuo
suelto por la nada
sus alas la llama van des dibujando
cantando
cantando

que ellos son los clavos
en los miembros ágiles del jején divino
que el sufrir sonoro del viento ellos oyen
por entre la hierba
y de la colina nocturna el dolor
y las poblaciones junto al cementerio
vanse ensombreciendo más y más oscuras

El viento se inclina con gritos raspantes
y los aeropuertos y los tierrapuertos
danzando en el viento
la danza del viento, la danza mortal,
en marjales húndense y entre la maleza
y en ciudades como boñigas en polvo

No así los jejenes, cuya agilidad
ha sobrepasado ya estos umbrales
y les pone a salvo de la hambrienta hierba
danzando
danzando
a la sombra amiga de los sicómoros

una danza que nunca cambia
que da sus cuerpos a la hoguera

sus rostros de momia no serán usados

sus pequeños rostros barbudos tejiendo
y sobrenadando en la nada, agítanse
en el aire agítanse, agítanse
y sus pies colgantes como pies de víctimas

¡Oh pequeños santos
muertos de fatiga por sus propios cuerpos
matando a fatiga a sus propios cuerpos
sois vosotros ángeles del único cielo!

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Estaciones

I
De pronto su pobre cuerpo
se quedó sin la defensa
de su mente adormilada.

Antes de que el funeral se diluyera,
el féretro, como una lancha, se rompió a fuerza de sacudidas
entre las grandes estrellas que nadaban por su ruta.

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