Visión del porvenir de Virgilio Dávila

¡Ay! ¡Qué soberbia cúpula tu cielo!
¡Qué emporio de colores tu llanada,
y qué ricos estuches tus colinas,
y qué beso inefable el de tus auras,
y qué mar apacible el que, amoroso,
en holocausto a tu beldad, te canta!

¡Qué mísero! ¡qué triste!
¡qué lleno de infortunio
quien no ha visto jamás tu sol espléndido
abrir en el oriente su capullo,
no vio la luz de tus estrellas pálidas,
ni gozó de tus dulces plenilunios!

¡Oh, la música grata de tus mares,
y el alegre bullir de tus cascadas,
y las risas del silfo cuando juega
en los airones de tus rubias cañas,
y el trino de tus pájaros canoros,
y el madrigalizar de tus fontanas,
y la queja de amor que da a los aires,
al son de la guitarra,
el rimador de sueños,
lamentando el desdén de la que ama!

¡Eres una canción, eres un himno
que brota de mil arpas,
y que, por darle adoración cumplida,
el Universo a su Creador levanta!

¡Qué grato olor despide el limonero
de sus albas corolas!
¡Qué grato olor el arrayán del bosque!
¡Cómo huelen tus rosas,
y qué perfume dan tus madreselvas,
tus claveles, tus lirios y tus violas!

¡Eres un pebetero
donde la tierra pone sus aromas
para que jueguen con la brisa, y vayan
hasta Dios mismo, en calidad de orobias!

¡Cálida tierra mía!
¡Con qué orgullo te veo,
dueña de tus destinos,
libre como las aves en el viento,
celebrando tus bodas
-enamorada hurí- con el Progreso!
¡Patria de mis mayores!
¡Hogar de mis ensueños!
¡Qué placer inefable
este placer que siento,
al ver salir el humo de tus fábricas,
multiplicarse del saber tus templos,
y atravesar los mares
en navíos soberbios,
con noble afán de conquistar el orbe,
los ricos frutos del vergel riqueño!
¡Cuál mi delicia al percibir el vaho
de tu humífero suelo,
cuando el corte recibes
de la reja de acero,
para que el sol fecunde tus entrañas,
y te abone la lluvia con sus besos,
y la gramínea en sus flautines de oro
cante la gloria de tu valle espléndido,
y nos deslumbre el tabacal undoso
con sus verdes y raros terciopelos,
y luzcan esmeraldas y rubíes
en sus ligeras copas los campos
y su altivez de emperatriz la piña,
y el naranjal sus glóbulos de fuego!

¡Ay! ¡Qué matronas las que a ti te ilustran,
y que varones los que en ti batallan,
y qué doncellas las que en ti suspiran,
y qué poetas los que a ti te cantan!

Yo en ti he nacido, y en tu valle hermoso
quiero dormirme de la muerte al beso,
para volver a tu bendita entraña…
¡porque todo lo mío te lo debo!
¡Yo te debo el sentir de mis cantares,
la lumbre que destella en mi cerebro,
las fibras de mis músculos,
el arpa de mis nervios,
la sangre de mis venas,
y la cal de mis huesos!

¡Qué placidez la de la muerte mía
si, al hundirme en la fosa,
me acompañara la visión radiante
de que, al surgir en épocas remotas
los elementos que mi ser integran
de ese crisol que todo lo transforma,
han de ofrecer en tu conjunto egregio
alarde rico de belleza y gloria,
siendo pluma, en el ala
de alguna de tus aves más canoras;
una perla en el fondo de tus mares;
un hilo de tus linfas nemorosas;
un granito de oro en tu montaña;
en tu vergel, un pétalo de rosa;
un átomo de fósforo, en el cráneo
de tu hijo más patriota;
una chispa de numen en la mente
del bardo que pregone tus victorias,
y una gota de sangre
del corazón de una mujer criolla!