Diciembre herido se congela entre
algodones sucios de una nieve extranjera,
mientras el viejo Bill se muere en Brooklyn.
Perros de soledad ladran a su mirada
de cartón mordiendo envenenados
los cristales vidriados de su vida.
Renegando ser viejo, Bill, tirita
y el zumo de manzana le condecora
su pecho lleno de óxido y metralla.
Un visitante misterioso entra,
se detiene en la ribera de la cama
fulminando la decadente escena
con su hermosa presencia.
Trae consigo la fuerza de la calle,
el ruido del vivir, la juventud,
la agresiva insolencia de su sexo,
el gozo más urgente del amor
y entre el azul lejía de su blusa
dos volcanes de lava se desbordan.
Bill le mira por un instante, tiembla,
(la toma de París, la muerte de su hija
calcinada, el divorcio de Peggy…)
maldice ser un muerto, estar amortajado
y lucha inútilmente por romper
las cadenas de oxigeno y de sangre
que encarcelan sus huesos de carbón.
Desaparece el cuerpo y huele a azufre,
infierno y carne achicharrada
en la habitación 308
del Kings Highway Hospital en Brooklyn,
donde Billy se abrasa lentamente
rodeado de tubos y de cables
en la fría mañana de diciembre.