Desde que se perdió en el horizonte,
llevando, como un manto, mis miradas,
no he dado un paso más en el sendero.
Si vuelve a estos caminos otoñales,
conocerá que, como en una fosa,
yo me he echado a morir en el recuerdo.
Y le diré: ‘En el viento del otoño,
con los ojos cerrados, percibía
la sutil pena del perfume tuyo.
‘Yo sabía de ti: nubes de encaje,
empapadas de azul desde los cielos,
tus altos pensamientos dibujaban.
‘La última luz violeta conseguía
tender sobre los cielos y la tierra
la triste paz de una mirada tuya.
‘Y el viento de ignoradas lejanías,
al pasar junto a mí, leve y agudo,
era alma de mujer que sollozaba.
‘Y hubo momentos en que el universo
fue todo lumbre y música: sabía
que eran momentos en que recordabas.
‘Me has encontrado vigilante y solo,
porque, de no ir contigo,
la soledad es la única morada’.
Acaso nunca vuelva.
He sentido en el cielo de la noche
un desconcierto de alas angustiadas.
Va como aves que buscan sus ideas
y en la desolación de las llanuras
irán cayendo copos de nostalgia.
No puedo detenerla,
rompiendo un cerco de dolor humano:
va por los cielos solitarios su alma.
Vano sería que en su busca fuera;
llevando, como un manto, mis miradas,
la vi fundirse con el horizonte.
Me dejó esta ansia de belleza eterna
y, lecho cruel y dulce, unos recuerdos
en que echarme a morir.