Yo me subí a los trece años
y llegué a odiar los rieles
y el tren.
Soñé y soñé y seguí soñando
el descabezado de mi infancia;
no pude más jugar a las muñecas
que se les cae la cabeza, mamá,
y me da miedo.
Perdí a mi padre y
aunque no fui ejemplar
tampoco me drogué,
yo ni siquiera sabía,
y escribí, escribí
mi multitud de fantasmas
y me dolió el corazón
hasta que llegó la adolescencia.
Si reí entonces
no fue la sonrisa limpia
que nace de los ojos
yo creía vivir
y completaba cuadernos
y me imaginaba que un decapitado
era una coincidencia absurda
en mi paseo.
Pero escalé mi conciencia
y la encontré triste,
y reconstruí cada escena
grabada desde mi niñez,
cementerio negro y profundo,
muerte de cada piedra,
muerte de cada rincón,
muerte, muerte, muerte.
Yo no pude más
de brazos cruzados
ante la noche de mi pueblo,
yo no pude más
y me declaré combatiente de la vida,
forjadora de la esperanza
que nos arrebataste, Playón.