Palabras, oficio que no lo es.
Hojas que caen al suelo
y no me da tiempo a detenerlas.
Figuraciones mías, y amor, otra vez,
al compás, verso grande,
para la vida. El mío me quiere.
Anillo puesto a mi dedo
en un año cualquiera; sin nombre,
sin novio, sin recorte de lágrima;
vence, me vence el rostro,
la inquietud de mi ceguera es así,
y el monedero en el bolso, mi verso.
Amor en mi casa lo hay,
lo suplo con hablar, con anotar las deudas oscuras
en una noche; sola, solísima, yo me acompaño.
Y miro hacia atrás, y miro.
Qué olvido tan grande tengo a todas horas
que no me hace morir ni de repente;
grande hasta mi cuello el tiempo
y mi cintura pequeña.
Pido una separación definitiva
con el mundo;
para más vida,
para tronchar la higuera
que ya no se contempla sólo; se mira,
se ríe, tiene dos frutos salientes, mujer, yo,
amor flojo o fuerte en la nuca del corazón.
He avanzado por la tierra,
ya puedo ver el mar, toda la ternura de dos;
ya tengo el verso,
ya puedo morirme.
Ahora mismo, como un compás
que algo me valdrá en su cero.