Yo amaba de mis ojos
ese vínculo de aguas
que cambiaban el rumbo:
del fango a los cristales.
Algo andaba de prisa
en mi mirada:
aquel doble presagio
de los niños nombrándose
en las cosas
por los cuartos baldíos
y su pericia
en los ríos temblorosos
de la carne.
Mis ojos de estación
siempre de paso
en viajes del altar hasta la ciénaga
los amaba
como se aman las ebulliciones.
Pero he quedado ciega.