A una gaviota de Rosario Acuña

Tú que cruzas las revueltas
Ondas del mar,
Oye el eco que te manda entre el aura
Mi cantar.

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Eco triste y melodioso que se pierde
En derredor,
Eco que del alma brota, cual un grito
De dolor.

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Yo quisiera sobre el mundo levantar
Mi pensamiento,
Como allá en la mar te elevas
Desplegando tu plumaje
En el viento.

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Yo quisiera, con mi alma,
A través de los espacios
Seguir tu vuelo,
Fijando las esperanzas
Que en ella moran
Sólo en el cielo.

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Yo quisiera del humano no ver nunca
La maldad,
Y vivir, como tu vives,
Siempre libre y venturosa
En constante soledad.

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Yo quisiera que mi cuerpo,
Desprendido de la vida,
Durmiese en calma,
Y á la mansión de la gloria,
Reina de paz y de amores,
Volase el alma…

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Pero ¡ay! que mi pensamiento
Gime en cadenas,
Cuyos fuertes eslabones forman
Las penas.

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Y siempre volando en torno
De la esperanza,
La dicha que él ambiciona
Jamás alcanza.

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Y contemplo tristemente
Los desengaños,
Que brotan con la experiencia,
Con los dolores del alma,
O con los años.

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Y va mi vida siguiendo
Triste carrera,
Y de romper con el cuerpo
Que la aprisiona insensato
Ya desespera.

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Tú que escuchaste los cantos
que del alma se escaparon
Como un suspiro,
Llévalos entre tus alas
Y no dejes que se pierdan
Con tus giros.

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Déjalos en las regiones
De otros mares
Más hermosos,
El aura tal vez los lleve
Donde vi pasar los días
Venturosos.

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Allí morirán sin eco,
Que nunca tuvo respuesta
Mi canción…
¡Llévatelos y no olvides
Que entre sus notas va envuelto
El corazón!