Tú que cruzas las revueltas
Ondas del mar,
Oye el eco que te manda entre el aura
Mi cantar.
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Eco triste y melodioso que se pierde
En derredor,
Eco que del alma brota, cual un grito
De dolor.
Tú que cruzas las revueltas
Ondas del mar,
Oye el eco que te manda entre el aura
Mi cantar.
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Eco triste y melodioso que se pierde
En derredor,
Eco que del alma brota, cual un grito
De dolor.
Soñé, y en la dormida inteligencia
Vi al humano, con ansia desmedida,
Buscando los principios de la vida
Y dudando a la vez de su existencia;
Vi al ocio revestido de prudencia,
Vi la igualdad tornarse fraticida,
Vi la diosa Razón entumecida
Y en el caos a Dios y a la conciencia.
Paróse ante las puertas de la vida
Un inocente niño
Y preguntó: “¿Para encontrar caricias,
Flores, arroyos, pájaros y nidos,
Me pudierais decir por dónde marcho?”
“No conozco el camino:
Más adelante encontrarás un guía,”
Le respondió el Destino.
¡Igualdad! ¡Casta virgen que aparece
Revestida de mágicos fulgores,
Y que ofrece a los hombres sus amores
Mientras el alma en la ilusión se mece!
Su vaga forma ante la vista crece,
Les invita a luchar por sus favores,
Y apenas se proclaman vencedores,
Cuando al irla a tocar, desaparece.
¡Ya ha muerto! En los abismos del olvido
lo sepultó el rodar de nuestra esfera:
¡polvo queda no más, sombra ligera
de todo aquello que en la tierra ha sido!
El tiempo se lo lleva confundido
Con mil años y mil ¡quién lo dijera!
¿Qué es la luz? El beso de las constelaciones
a través del espacio; el saludo de la humanidad
por medio de la historia; el triunfo del amor
sobre el egoísmo. ¡Oh, luz, bendita seas!
La caridad es la única virtud que puede transformar
La tierra en morada de ángeles.
Entre olas de placeres y dolores,
Luchando siempre, sobre el mundo avanza
La humanidad, siguiendo a la esperanza,
Astro que irradia ardientes resplandores;
Cantan sus muchedumbres mil primores,
Y cuando piensa que lo eterno alcanza,
Se inclina de la muerte la balanza
Y se hunden en la sombra sus amores.
¡Oh ¡ libertad, fantasma de la vida,
Astro de amor a la ambición humana,
El hombre en su delirio te engalana,
Pero nunca te encuentra agradecida.
¡Despierta alguna vez! Siempre dormida
cruzas la tierra, como sombra vana:
Se te busca en el hoy para el mañana,
Viene el mañana y se te ve perdida.
Templa su fuego el sol bajo el nublado;
Las nieblas rompen sus tupidos velos,
Desciende la lluvia, y arroyuelos
De límpido cristal recoge el prado.
Pájaro amante, insecto enamorado,
Sienten, última vez, ardientes celos;
Marchan la golondrina y sus polluelos;
Se adorna el bosque de matiz dorado.
Una nube sombría
cruza el espacio,
yo me llamo tristeza
va murmurando;
soplan las auras
y sus negros crespones
se desparraman.
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Otra nube muy blanca
volando llega,
yo me llamo alegría
dice á la tierra;
soplan los cierzos
y sus leves cendales
van esparciendo
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Y la blanca y la negra,
veloces pasan;
á una llevan los cierzos
y á otra las auras;
penas, placeres,
son nubes de la vida;
¡dejad que vuelen!
Se sube y quedan valles y cañadas
En rincón apacible y escondido;
Se deja, abajo, la quietud del nido,
Se busca, arriba, abismos y emboscadas;
Al fin de penosísimas jornadas
Se llega, si el cansancio no ha vencido,
A ventisquero por el sol bruñido;
A rocas por el rayo quebrantadas.
Canción
Ya se escucha en las orillas
El rumor de la marea;
Vendavales de dolores
Traen sus olas turbulentas.
Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres,
Que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza;
Viene henchida de agonías;
¡Ya se acerca!
La envidia, en sus negruras repugnantes,
Tiene también su mérito, y su alteza,
Y lleva un sello de inmortal grandeza
Cuando alienta en el pecho de gigantes.
¡Quién sabe si el Quijote de Cervantes
Fue una sonrisa amarga de tristeza
Al ver rendida su genial cabeza
Entre tantas de imbéciles triunfantes!
A mi madre, Dolores Villanueva, viuda de Acuña,
aquí yacente desde 1905.
Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas
caminaron por sendas diferentes,
llegando, al fin, cansadas y dolientes,
á dormir en la muerte, confundidas.
Por filial y materno amor unidas,
queden en paz eterna nuestras mentes,
cual dos opuestas ramas ó corrientes
de un solo tronco ó manantial nacidas.
A mi buena amiga Ricarda Valenciaga de Bonafoux
En la orilla del límpido arroyuelo,
sobre el verde tapiz de la pradera
te engendra la risueña primavera
cuando aún la escarcha se transforma en hielo.
Perfumado y erguido, desde el suelo
presta aroma á la brisa placentera,
y la pintada mariposa espera
libar su cáliz para alzar el vuelo.
Cuando la muerte tienda sus alas
sobre las sienes de mi cabeza,
y con sus duros labios de esfinge
bese mi frente pálida y yerta.
Cuando en sus brazos llegue a enlazarme,
y mis oídos oír no puedan,
y mis palabras no hallen sonidos,
y mis pupilas se queden ciegas.
El día terminó; la noche llega;
he sentido, he pensado y he llorado;
amé y odié, pero jamás ha dado
asilo el alma á la pasión que ciega.
La fé en el porvenir mi ser anega;
constante y rudamente he trabajado;
sufrí el dolor con ánimo esforzado
y sembré mucho, sin hacer la siega.
Raro capricho la mente sueña:
será inmodesta, vana aprensión.
Tal palabra
no me cuadra;
su sonido
a mi oído
no murmura
con dulzura
de canción;
no le presta
la armonía
melodía
y hace daño
al corazon.